miércoles, 24 de noviembre de 2021

Promesas

 —¡No! ¡No! ¡Y no!
—Y tanto que sí, señorita. Usted tiene obligaciones y las cumplirá —respondió Erlina con su tono calmado e inmensa paciencia.
—¡No puedes obligarme! —contestaba la muchacha cada vez más enfadada. Con cada gesto de su mano rayos y centellas rebotaban por toda la habitación.

Erlina giraba su cuerpo esquivando los impactos de una manera elegante y casi sin esfuerzo. Sacó la varita del bolsillo de su capa y con un giro magistral de su muñeca congeló a la insolente muchacha.

—Dirdre, debería dejar de montar estos numeritos todas las mañanas. Ciertamente, estoy empezando a cansarme y debo decirle que mi carácter calmado explota cuando mi paciencia llega a su límite. No creo que fuera de su agrado verme enfadada.

Dirdre miraba a la mujer con los ojos muy abiertos, pues era la única parte de su cuerpo que podía mover. Ya la había congelado en otras ocasiones, pero había algo en el tono de su voz que hizo que la muchacha recapacitara sobre su actitud.

—Así me gusta, señorita —la maga movió su varita y la chica salió de su entumecimiento—. Vístase, su prometido la está esperando para su paseo diario.

—Me vestiré y caminaré como todas las mañanas con ese muermo —contestó poniendo los ojos en blanco—, no obstante, sé que a ti tampoco te gusta y también que no me casaré con él. Y tú también lo sabes.

—Yo no sé nada. Déjese de tonterías, ya lo hemos hablado en otras ocasiones, usted no tiene el don de la videncia y ese chico está protegido por los más altos conjuros de esta tierra. No se va a morir y nadie lo va a matar. Absténgase de pronunciar esas profecías suyas en voz alta o la que acabará muerta será usted.

Erlina cerró la puerta del cuarto de la muchacha de forma apresurada, pero Dirdre pudo observar cómo le temblaban las manos a su sirvienta y las gotas de sudor que perlaban su frente.

—Querido, siento haberme retrasado. Deseaba estar a la altura de tu belleza.

Dirdre sabía que lo que más adoraba su prometido era que lo adularan, para él, ella no era más que un objeto del que presumir.

—Estás espléndida, ese vestido es una verdadera joya. Me costó mucho conseguirlo —dijo tomándola de la mano y mirándola de arriba abajo.

El vestido era de color rojo como los ojos de Dirdre. Se ajustaba a su cuerpo como una segunda piel, dejando el hombro derecho al aire, sobre el que descansaba su preciosa melena azul, recogida en una trenza. La tela era una exquisitez tejida por las ninfas del Bosque del Norte. Seguramente habría tenido que matar a algunas de ellas para conseguir aquel vestido. 

Caminaron en silencio, como siempre. El compromiso de boda estaba escrito en las antiguas profecías, mucho antes de que ellos naciesen y no era algo que se pudiera cambiar. Él era el hijo del mago más poderoso del lugar y ella era una huérfana tocada por destino. La única niña de ojos rojos y cabellos azules del reino. Esa era la seña que la profecía marcaba para la elegida y por eso una plebeya llego a ser la prometida de aquel ser egocéntrico y poderoso.

Él la despreciaba profundamente. Dirdre podía sentirlo en cada poro de su piel. La primera vez que se vieron, sintió cómo la miraba. Sabía que la consideraba bella, podía notar cómo la miraban los hombres y él la miraba con deseo, pero le dejó claro que solo hablaría con ella cuando hubiera gente presente y que la despreciaba, que jamás estaría a su altura. Por eso, ella lo odiaba con todas sus fuerzas y deseaba que, como en sus sueños, él acabase muerto. 

El paseo acabó y Dirdre regresó a sus aposentos, se cambió y se dirigió a los establos. Vivía en uno de los palacios del padre de su prometido, él era quién la había encontrado, hacía dos años en el orfanato en el que creció.

—¿Ya has terminado tu paseo? —preguntó el muchacho de ojos grises que, en aquel momento, cepillaba las crines de una de las yeguas.

—¿Sabes que hubiera querido acabar con él mientras caminábamos? No hubiera sido difícil, podía haber sacado el prendedor de mi cabello y ¡zas! Ahora estaría desangrándose —contestó con lágrimas en aquellos hermosos ojos.

—No quiero que vuelvas a decir eso, ¿me oyes? Es muy peligroso. Hay espías por todas partes. Dirdre, solo por pensarlo podrían matarte y yo no podría vivir sin ti. Ven —dijo dirigiendo a la yegua a las caballerizas y escondidos tras el animal se fundieron en beso apasionado.

—Te quiero, le odio. ¿Cuándo podremos huir? —sus dedos se enredaban en su pelo y él acariciaba las lágrimas que corrían por aquel hermoso rostro.

—Paciencia. Te prometí que no te abandonaría el día que te sacaron del orfanato y aquí estoy, trabajando para ese malnacido. Te prometo que no te casarás con él y te sacaré de aquí. Confía en mí —acurrucó la cabeza de la muchacha en su pecho y un destello rojo cruzó aquellos hermosos ojos grises. 

En una esquina del establo Erlina, contemplaba la escena con tristeza, mientras jugueteaba con un prendedor ensangrentado entre sus manos.




jueves, 11 de noviembre de 2021

Marioneta

 El bosque me acoge en su oscuridad desde hace días, las ramas de los árboles trepan hacia el cielo en un intento desesperado de mantenerme oculta de mis perseguidores. Camino sin descanso, arrastro mis pies y mis manos por las hojas rojas que marcan un sendero que tan solo yo puedo ver. La sangre que emana de mis numerosas heridas es absorbida por la tierra que, agradecida, llama a la lluvia para calmar mi sed.

No puedo. No. Puedo. Más. Mi cuerpo está exhausto. Mi mente enmarañada. Me abandono a la oscuridad, al frío, al terror... Oigo voces, perros, trotar de caballos. Están llegando y me atraparán. Cierro fuerte mis ojos, pronuncio plegarias con mi boca pegada a la tierra de mis ancestros. Huelo a moho, a hierba, a eternidad... Espero una respuesta. 1, 2, 3 segundos... Ahí están los gritos de terror de mis perseguidores, sonido de sangre, batalla y después tan solo silencio.

Mi rostro está pegado al suelo, mi cuerpo se rompe en llanto, alegría y agradecimiento. Las ramas de mis hermanos árboles se abren y la luz del sol me baña. He superado la prueba. Percibo gritos de alegría que se van acercando, pasos apresurados de mi clan y rechinar de dientes de mis enemigos. Mi madre y mi abuela me toman en brazos y juntas caminamos hacia el altar. Soy la nueva hija del bosque, la elegida por los dioses, la que matará al tirano rey Dorhian.

—Ella ha superado la prueba, ha sido tocada por el bosque para acabar con él. Largo tiempo hemos esperado que llegara este día, un día en el que el bosque nos impidiera matar a una de nuestras hijas. Ese día ha llegado y Anur ha sobrevivido —grita mi madre emocionada y el resto de la aldea rompe en aplausos.

—Anur ha sido elegida, sí, pero ahora debe prometerse con Dorhian, debe engendrar un hijo suyo y acabar con su reinado —puntualiza Erian, mirándome con desprecio.

Me pongo en pie, contengo mi rabia y mis dedos caminan hacia el bolsillo que descansa en mi pecho. Saco un anillo, lo introduzco en mi dedo y, mirándola a los ojos comento.

—Soy la prometida del rey. Llevo viéndome con él unos cuantos meses. Te puedo asegurar, Erian, que en nuestros encuentros las palabras brillan por su ausencia, está loco por mí. La boda será en la próxima luna llena y para entonces la semilla del rey crecerá en mi vientre. 

Erian, roja de furia, se aleja hacia su casa y yo sonrío al verla marchar. 

—Vamos a casa, Anur —dice mi madre tomando mi mano y despidiéndose de nuestro clan—. No debes provocar a esa mujer, sabes que es capaz de cualquier cosa con tal de hundirnos. Debemos estar atentas. Muchas de sus hijas, sobrinas y nietas han muerto en La Elección. Intentará matarte, no dejará que te cases con el rey.

—No me matará, si la mato yo antes.

Mi madre me mira con curiosidad, le enseño mi mano cerrada en un puño. Con cara de asombro y terror, se gira buscando a Erian que se retuerce en el suelo mientras su hermana intenta ayudarla desesperadamente.

—Te has vuelto loca —susurra entre dientes, deshaciendo el puño de mi mano—. Si alguien descubriese tus poderes y que los usas contra uno de los nuestros, te matarían. Nos matarían.

—No, mamá. Soy La Elegida, ¿quién intentaría matar a la muerte? —contesto mientras me tumbo agotada en mi cama.

—No digas tonterías, hija. Eres La Elegida, sí. Pero no eres la muerte, ni mucho menos. Eres la marioneta de los dioses. Los dioses son caprichosos e inestables en sus afectos y de la misma manera en que hoy te han elegido, mañana pueden acabar contigo. No te tengas en tan alta estima, mi niña. Mírate, has estado a punto de morir. —Y diciendo esto me deja sola en la oscuridad de mi cabaña, mientras yo muerdo mis labios de rabia. 

—Yo no soy una marioneta —susurro conteniendo el impulso de cerrar mi puño.






lunes, 2 de agosto de 2021

Regreso

 Camino a través de los árboles, las piedras del camino conversan con presencias escondidas en el silencio, con el silbido del viento acariciando las hojas y con el canto de algún ave. Estoy agotada, mis pies apenas se arrastran cuando al fin diviso la hermosa cabaña que me vio nacer. Allí, en la puerta me espera, me mira con sus hermosos ojos grises mientras trenza su cabello que el tiempo pintó de blanco. Llego hasta ella y me derrumbo en un pequeño banco de madera, me escondo en su regazo y lloro, mientras ella acaricia mi piel en silencio.

Abro mis ojos y no sé cómo, pero estoy en mi antigua cama, arropada, caliente y segura. 

—Bebe, cielo, la infusión está en la mesilla. 

Una sensación hermosa recorre mi cuerpo cuando oigo la voz de mi madre. No noto reproche, no noto enfado, aunque sí miedo y un poco de tristeza. Bebo de la taza humeante, el líquido está en su punto justo, mi mente escapa a momentos perdidos de mi infancia, en los que me preguntaba cómo mi madre podía hacer todo lo que hacía. El desayuno siempre me esperaba recién hecho en la mesa; si me dolía algo, ella lo sabía un segundo antes que yo; si la tormenta intentaba asustarnos en un día de verano, ella nos resguardaba en casa y sonreía cuando los rayos furiosos entendían que no podían dañarnos; si los señores oscuros pasaban por el sendero cercano a nuestro hogar, una niebla fina nos ocultaba y los veíamos pasar, pero ellos no podían encontrarnos... No podían encontrarnos, quizá ahora si puedan.

—Siempre has temido demasiado al futuro y has añorado el pasado, mi niña, esa ha sido siempre tu debilidad. Debes vivir el ahora, porque es lo único que tienes. Ahora —dice enfatizando la palabra—, ahora debemos prepararnos para lo que vendrá.
—Lo siento.
—No lo sientas, hace tiempo que te perdoné. Supe de ti y vigilé tus pasos, vi que eras feliz sin mí y con los años entendí que yo fui la causante de tu huida. No me sinceré contigo, te oculté, te protegí..., y terminé siendo tu carcelera. —Se le rompe la voz y ahora soy yo la que consuela su llanto, un llanto que me desgarra el alma y duele como fuego en mis entrañas.
—Mamá, entiendo, ahora entiendo —contesto llevando la mano a mi vientre, el llanto cesa y una sonrisa asustada ilumina nuestros rostros.
—¿Cómo es posible que no lo haya intuido? ¿Por qué?

Voy a contestar, mas el bello rostro de mi madre se crispa en una mueca de terror.

—Él es el padre. Él —se contesta a sí misma en un susurro.

Asiento, avergonzada, asqueada y muerta de miedo, estoy a punto de decir algo cuando un viento helado se cuela por la ventana. Corremos fuera, la niebla protectora ya está haciendo su trabajo y unos jinetes oscuros merodean, vigilando, husmeando como lobos buscando a su presa. Uno de ellos fija su mirada en nosotras, en mis ojos... Él, sus tiernos ojos, su boca, su pelo que tantas veces acaricié, tentada estoy de salir corriendo para perderme en sus brazos, pero mi madre toma mi mano y recuerdo las cadenas, la sangre y el dolor. Sacudo la cabeza confundida y me pregunto si las caricias existieron o si solo fue otro más de sus engaños.

—Ya se han ido, esta vez no nos han encontrado, pero él no se rendirá. ¿Sabe que estás embarazada?
—Sí, no... No lo sé mi mente está confusa, no consigo recordar cómo me llevó a su palacio. En mis recuerdos se mezclan escenas de amor con otras de sangre y dolor. Ni siquiera sé cómo logré llegar al sendero de regreso a casa.
—Debo hacerte recordar, aunque yo sola no puedo enfrentarme a lo que vendrá. Tengo que invocar a nuestras iguales, nuestras compañeras. Te debo una explicación y será larga, prepararé un poco de té.

Mi madre pasó muchas horas contándome lo que somos, lo que soy, lo que Él es... 

Ahora estamos caminando por nuestro bosque, las ramas de los árboles se van abriendo y cerrando a nuestro paso, los animales custodian nuestro camino. Llegamos a la aldea escondida de nuestros antepasados y las mujeres del bosque nos rodean hasta que yo cierro mis ojos, mi madre me acaricia y quedo atrapada en sueño dulce y blanco.





 


martes, 29 de junio de 2021

Sueños enredados

 Una anciana trenza su blanco cabello y sentada al calor de la lumbre espera. Esperando recuerda su ya larga vida, enredada como su trenza. Recuerda que, en ocasiones, la vida se le hizo demasiado grande. Recuerda los llantos, las frustraciones, las sonrisas, las caricias... Y mirando atrás en el tiempo, piensa que no borraría ninguna de las huellas que la hicieron llegar hasta ese preciso momento.

Revisa su gran estantería de libros, su casa es humilde y sus libros son su mayor riqueza. Sus piernas se quejan al levantar el peso de su pequeño cuerpo y roza con sus dedos el lomo de sus novelas. Camina hacía un pequeño escritorio, allí está su último manuscrito, aún sin terminar. Los capítulos finales siempre han sido especialmente difíciles para ella. Esta vez es diferente, sabe que esa será la historia con la que su vida acabe, la muerte ronda en las esquinas, en las sombras de la noche y se pasea por su piel, inundando con su presencia todo su cuerpo. 

Escribe durante todo el día, las horas pasan rápido, el hambre no se atreve a molestar a la inspiración y la anciana, mirando a la protagonista de su historia, observa como la tinta crea vida en la hoja en blanco. 

Anochece, ha puesto el punto final a su novela y alguien abre la puerta de la calle. Su preciosa hija, tan parecida a ella, la saluda.

—Mamá, deberías estar descansando. La comida está sin tocar, seguro que te has pasado todo el día escribiendo —le dice acariciando con dulzura su cabello.

—¿Qué tal tu día? —contesta la madre, sin prestar atención a la regañina.

—Bien —sonríe caminando hacia el escritorio—, ¿ahora ya puedo leerlo?

—Sí, ahora, sí. 

—¿Y me dejarás publicar tus novelas? Sabes que en la editorial están deseando hacerlo, no entienden por qué nunca has querido mostrarte. Eres realmente buena, mamá.

—No lo sé, cariño. Supongo que fue por miedo, cobardía... Disfrutaba escribiendo, enseñando mis historias a poquitas personas, pero no me atreví nunca a que mi pasión se viera juzgada por extraños. Quizás fue un error, no lo sé y ya no lo sabré nunca, porque mis historias no deben ver la luz hasta mi muerte.

—Ay, mamá. Siempre me dices que persiga mis sueños y tú has estado reprimiendo los tuyos toda tu vida.

En la mirada de la anciana asoma un poco de tristeza, su hija se da cuenta e inmediatamente se arrepiente de sus palabras. Camina hacía ella, la abraza y la cubre de besos.

—No me hagas caso, mamá. Soy una estúpida, tus motivos son tus motivos, y yo no soy quien para juzgarte. Ahora descansa un poco mientras yo preparo la cena. 

La anciana cierra los ojos, acomodada en su sillón. Su hija camina hacia la cocina conteniendo el mar de lágrimas que se agolpan en sus ojos. Un escalofrío recorre su espalda y la sombra de la muerte retira de su rostro una lágrima. 



lunes, 7 de junio de 2021

El farero

—¿Quién va? —pregunta el farero después de oír unos golpes en la puerta.

—¿Quién va? —repite y escucha. 

Silencio, susurros de aire con aroma a sal se cuelan por las rendijas de la puerta, silbando en su extraño idioma, contando secretos, mentiras y leyendas que nadie logra descifrar.

—¡Estos críos, un día me voy a cansar de sus bromas y se van a enterar!

El farero camina despacio, sus piernas ya no son jóvenes, enciende la lumbre y calienta un poco de leche antes de volver a la cama. La taza humea en las manos marcadas por el tiempo, sus ojos se pierden en la oscuridad de la noche mientras observa las olas ondeantes a través de una minúscula ventana. 

TOC, TOC, TOC, esta  vez los golpes son tan fuertes que el anciano derrama un poco de la leche.

—¡Malditos críos! ¡Os advierto que saldré con la escopeta! —grita sin mucha convicción, el miedo está empezando a cosquillear en su mente.

Se asoma al ventanuco y ve como una terrible tormenta se acerca a la costa. En la tormenta un barco es sacudido aquí y allá. Movido por las manos de un gigante sin conciencia. El farero se frota los ojos y vuelve a mirar al mar, allí no hay nada. Calma, espuma y luna llena.

TOC, TOC, TOC.

Esta vez el anciano calla, se acerca a la alacena y saca un crucifijo que se cuelga al cuello, un pequeño frasco de agua bendita que derrama en el suelo creando un círculo a su alrededor. Una respiración al otro lado de la puerta y una garras que arañan furiosas. El sonido del viento entrometido que se introduce por cualquier resquicio le dice que algo terrible acecha tras la puerta. El frío, terrible, silencioso le cala los huesos y el sueño vence al farero.

TOC, TOC, TOC.

Las luces del alba despiertan al anciano tendido en el suelo, sus manos están aferradas al crucifijo y los huesos doloridos gritan al incorporarse.

—Martín, Martín. Despierta gandul.

El farero abre la puerta y la hija del molinero aparece sonriente en la puerta de la casa.

—Martín, ¿se te han pegado las sábanas? Uy, que mala cara tienes. ¿Estás enfermo? —comenta preocupada—. Te traigo el grano que le pediste a mi padre.

—Estoy bien querida, los años no pasan en balde y he dormido regular —comenta, escondiendo el crucifijo que lleva al cuello.

—Si no necesitas más, me voy que tengo que entregar más pedidos. Por cierto, deberías arreglar la puerta de la entrada, está llena de marcas. 

El farero asiente sonriendo, despide a la muchacha que se aleja inocente. 

Esa noche el farero esperará sentado en el suelo, el crucifijo al cuello y dentro del círculo de agua bendita. La puerta abierta de par en par y la oscuridad avanzando... 






lunes, 24 de mayo de 2021

La protectora (2ª parte)

 El silencio se había instalado en la habitación, era tan denso que María podía oír los débiles latidos del corazón de su tía. La respiración agitada recordaba la antigua tonada de los que estaban próximos a morir. María tenía todos sus sentidos en alerta, tal y como ella le enseñó. 

    «El día de mi muerte él rondará mi casa, el día de mi muerte él vendrá a buscarte, el día de mi muerte será el día en el que tendrás que luchar, mi pequeña niña». 

    Una niebla blanca comenzó a inundar la estancia, tocó los pies de María con su fría caricia, olía a ansiedad, a muerte y a venganza. Jacinta apretó con fuerza la mano de su sobrina y abriendo mucho los ojos pronunció aquella palabra en clave y exhaló profundamente el que fue su último aliento. La figura de un hombre se materializó en la habitación, era mucho más alto que María, de cabello rojo y unos ojos verdes, profundos y antiguos, como el musgo que crece en lugares sombríos. 

    —Al fin se ha muerto esa asquerosa arpía. —su voz sonó hueca y profunda. Alargó la mano intentando tocar a su hija.
    
    María lo miró fijamente y en un rápido movimiento se apartó de él.

    —¡Vete! ¡Márchate!
    —Oh, no, no me voy a ir a ningún sitio sin ti. Tú vas a venir conmigo. He esperado mucho tiempo, hija mía. 
    —Ella me enseñó bien cómo tratarte, no eres tan poderoso como crees. 
    —Sí, ella te enseñó bien, pero también te dijo qué era lo que no debías hacer, y tú... —dijo sonriendo con los ojos puestos en su hija—. Tú no debías tener hijos, Jacinta tenía muchos defectos, pero me conocía muy muy bien. Tan bien que a veces hasta yo me sorprendo.

    Era cierto, su tía la advirtió, le dijo que no debía tener hijos hasta haber librado la batalla con su padre, pero ella no la escuchó y se fue, y la dejó sola en aquel pueblo, y pensó que escaparía de todo aquel horror.

    —Vendrás conmigo, oh, ya lo creo que vendrás.

    Su padre alzó las manos y una niebla oscura emergió entre los dos. Allí estaba su pequeña, jugando en el parque, a su lado una mujer, muy cerca de su hija, tanto que prácticamente podía tocarla. María lloraba, paralizada por el miedo. Aquella mujer volvió la cara hacía ella con una sonrisa oscura como la muerte y aquellos ojos, aquellos ojos iguales a los de su padre.

    —¡No la toques! —gritó llorando.
    —Dime que vendrás conmigo, no quiero a esa estúpida niña para nada. Yo deseo que tú, mi hija, vuelvas conmigo. Dime que vendrás y la niña regresará a casa sana y salva.
    —Iré, iré contigo, pero ahora déjala. —dijo en apenas un susurro, el miedo le había robado la voz.

    Él hizo un gesto a la mujer y esta se desvaneció, dejando a la niña jugar tranquilamente en el parque.

    Su padre alargó la mano hacía María. Cuando sus dedos estaban a punto de rozarse, Amalia irrumpió en la habitación, tomó a María bruscamente por la cintura. Él las miraba sorprendido y furioso.

    —¡NO TE ATREVAS A HACERLO! 

    Pero Amalia ya había sacado el cuchillo y con un rápido movimiento cortó la palma de la mano de María. La sangre brotó goteando en el suelo de la habitación y él se desvaneció.

    —¿Qué has hecho, Amalia? Ahora irá a por mi niña.
    —No digas estupideces, niña. Acaso te has vuelto tonta de repente. ¿Jacinta no te enseñó nada? Él no puede hacer daño a tu hija, no puede tocarla, tu sangre corre por sus venas y eso la protege. No puede hacerle daño mientras tú no te sometas a él, en el momento en que te tenga la matará, a ella y a todos los que amas.
    —¿Y ahora qué hago? ¿Cómo los protejo?
    —Jacinta te enseñó la profecía, debías avanzar como ella te lo iba marcando, pero en el momento en que decidiste caminar tu propio camino, la profecía cambio. ¿Cuántas veces intentó mi amiga ponerse en contacto contigo? ¿Cuántas veces la rechazaste? Ahora, si quieres vivir y salvar a los tuyos, debes obedecer. El sacrificio será enorme, pero no existe otra solución. ¿Harás lo que yo te ordene?
    —Lo haré —contestó María, consciente de su error.
    —Tu sangre servirá para sellar tu juramento, yo no soy Jacinta, no te equivoques, yo no dudaré en matarte o entregarte a él si me desobedeces. No pondré en peligro a nadie por una niña caprichosa como tú. Tan solo te ayudaré por la promesa que le hice a mi amiga —contestó furiosa y con lágrimas en los ojos—. Ahora vamos, tenemos un largo camino por delante. Debemos ir al arroyo del molino gris. Allí te explicaré cuál es el plan. Por el camino deberás llamar a tu marido y le dirás que tienes que quedarte unos días más para organizar el entierro y todo el papeleo de la herencia. Él lo entenderá, no te preocupes, yo misma me he encargado de que así sea.



miércoles, 12 de mayo de 2021

La protectora

    Suena el despertador y María camina hacia la ducha con el piloto automático modo On. Prepara los desayunos y, poco a poco, se va despertando. Los niños la besan, su marido la besa y suena el teléfono.

    —Cariño, coge tú. Yo tengo las manos sucias. ¿Quién será a estas horas de la mañana?  
   
  —Han colgado, era un número larguísimo. Sería algún comercial de telefonía —le dice su marido, gritando desde el salón.

    La pareja lleva a los niños al colegio y se despiden. Él va a la oficina y ella, que se ha quedado en paro recientemente, regresa a casa. Está pasando el aspirador cuando su pulsera de actividad le avisa de que está recibiendo una llamada al móvil. 

    —Otra vez ese número tan largo —María habla sola, siempre lo ha hecho, desde que era niña—. No contestes, María. ¡Pesados!

    Decide encender la tele un rato, la casa está como los chorros del oro y ella se merece un descanso. Hace zapping un rato, pero la caja tonta hace honor a su nombre y piensa que es mejor coger un libro. Se sienta, comienza a leer, y otra vez suena esa llamada tan exasperante.

    —¡¿Quién es?! —la contestación suena más brusca de lo que ella hubiera pretendido.

   —María, al fin, llevo llamándote toda la mañana. Estas modernidades y yo nunca nos llevaremos bien. Soy Amalia, hija perdona que no me he presentado, la vecina de tu tía abuela Jacinta. ¿Te acuerdas de mí? —María hace amago de contestar, pero no era una pregunta real, y Amalia sigue hablando—. Tu tía abuela está muy enferma, no le queda mucho y quiere que vengas, necesita que vengas.

    —Pero... —María no sabe que contestar y se hace un silencio incómodo que dura unos segundos.

   —No puedes negarte, no puedes huir. Eres lo que eres, y sabes que si no acudes a su llamada será mucho peor —Amalia ha cambiado el tono de voz y, aunque aún sigue siendo amable y cariñoso, ya no suena como una petición, sino como una orden.

    —Vale, está bien, me organizaré y mañana estaré allí —contesta y, sin esperar la respuesta de Amalia, cuelga el teléfono.

    Tira el teléfono con furia al suelo, pero antes de que se estrelle contra él, levanta una mano y el teléfono baja lentamente hasta posarse con delicadeza en la alfombra del salón. María llama a su marido y le explica la situación. Él, al principio, se sorprende, pero sabe que su tía abuela la crio cuando era una niña y su madre falleció.

    —Tengo unos días libres, los pediré para encargarme de los niños. No te preocupes. Te vendrá bien el aire puro y desconectar de nosotros.

    —No digas eso, yo no quiero desconectar de vosotros nunca. Gracias por todo, amor. Os voy a echar de menos.

    —Y nosotros a ti, venga organiza todo y no te preocupes.

    A la mañana siguiente, María está conversando con su hija pequeña antes de partir hacia el pueblo.

    —Mamá, la tía abuela es muy buena. Cuídala mucho, está muy enfermita.

    —Cariño, tú no conoces a la tía abuela —María tiembla y duda de miedo antes de preguntar— ¿Por qué dices que es muy buena?

    —Porque viene a verme en sueños de vez en cuando, esta noche ha estado conmigo.

    —Sí, cariño, es muy buena, la cuidaré —dice abrazando a su pequeña y conjurando una oración de protección mientras acaricia su cabello.

    El viaje de regreso a aquel pueblo perdido de la mano de Dios comienza y, mientras la música suena, María recuerda el día en que fue a vivir a casa de Jacinta tras la muerte de su madre.
    
    María tenía diez años cuando su madre murió. Su Tía abuela la trataba con mucho cariño, era el único familiar vivo que su mamá tenía, o eso le dijeron, y por eso se quedó con ella. Al cabo de unos meses la niña comenzó a tener pesadillas, soñaba con lugares escondidos en los bosques de la aldea, con seres extraños que querían hacerle daño a ella y a Jacinta. Su tía abuela acompañó todas y cada una de sus noches de pesadilla que duraron hasta que tuvo su primera sangre..., y entonces, fue cuando Jacinta le contó la verdad de su linaje, la verdad de quién era, y le confesó que no eran familia. Ella era la última descendiente de su línea materna y también le contó quién era su padre.

    Una llamada al móvil la saca de sus recuerdos y contesta por el manos libres.

    —Sí, ya estoy llegando —contesta, pero la llamada se corta.

    María aparca delante de la casa de Jacinta. Una casa antigua, de piedra, con la fachada cubierta de enredaderas verdes. Pasea sus manos por la piedra, y acaricia las verdes hojas que tiemblan en señal de bienvenida. Amalia la espera a los pies de la cama de la enferma. Acaricia la mano de María y sin decir nada más, las deja a solas.

    —Tía —susurra María al oído de la anciana que abre los ojos lentamente.

    —Mi niña preciosa, mi niña preciosa —contesta, mientras un mar de lágrimas ruedan por las bellas arrugas de su rostro.

    —Tranquila, ya estoy aquí —dice agarrando fuerte su mano.

    —Tengo que contarte algo, mi niña.

    —Lo sé, has estado visitando a mi pequeña en sueños —contesta enojada— Podrías haberla puesto en peligro, tía ¿no te das cuenta?

    —Yo no he visitado a tu pequeña —responde la anciana asustada y con apenas voz.

    —No me mientas, tía. Me estás asustando. 

    —De eso quería hablarte. Él sabe que me muero, ya no podré protegerte y ha regresado. Él está visitando a la pequeña. —Jacinta comienza a toser y un aire helado inunda la habitación. La anciana mira a María con los ojos cansados y pierde el conocimiento.

    María puede sentirlo, está allí con ella, pero mientras Jacinta esté viva él no podrá tocarla. 

    —Papá...





miércoles, 5 de mayo de 2021

Quinientas noches

Una pesadilla desvela la madrugada de una hermosa niña. Sus trenzas, húmedas por el sudor, se pegan a su cara adornada con un millón de pecas. Su amiga se acerca a ella en la oscuridad y, a tientas, busca su mano para agarrarla muy fuerte.

    —Ha estado aquí otra vez... Ha estado aquí otra vez... —murmura bajito, le tiembla la voz y en el tono de sus palabras se adivinan lágrimas.

    —Julia, aquí no hay nadie, tan solo nosotras y el resto de las compañeras del orfanato. Nadie puede entrar... y nadie puede salir.

    —Pero yo le veo, le siento, acaricia mi rostro y desenreda mis trenzas. ¡Toca! ¡Está deshecha! —dice llevando la mano de su amiga hacía su pelo.

    —La trenza se ha deshecho sola, Julia. ¿Cómo no iba a deshacerse con lo que te mueves y la sudada que llevas? Vuelve a dormir o harás que Sor Estela nos castigue. Yo estoy en la cama de al lado, tranquila. 

    Julia, un poco más tranquila, rehace su trenza con las manos aún temblorosas, acomoda su cabeza en la almohada y oye como su amiga canta una lenta canción. En unos pocos segundos, nota como su cuerpo se relaja y el sueño, esta vez tranquilo, la arropa y la guía hasta un lugar hermoso, donde los monstruos no existen.

    Su amiga deja de cantar, Julia no ha notado que en la melodía de su voz también había terror y lágrimas escondidas, muy muy escondidas. La niña cierra los ojos con rabia, agarra sus trenzas en un intento vano de que él pase de largo, pero no lo hará. Lo nota, su aliento frío congela todo su cuerpo y unas garras apartan su mano para desenredar su trenza, mientras le dice al oído: «un día gritarás, y ese día las dos dejaréis este lugar para volver a casa, a casa con papá. Ese día, ella conocerá la verdad y te odiará por mentirla... Un día».

    La niña tapa su cabeza con la almohada y ahoga en ella el grito que quema su garganta. Y llora, porque sabe que ese día llegará. Lo supo desde el mismo instante en que hizo el pacto con aquella bruja. Un pacto que borró la memoría de su hermana y las encerró en aquel lugar. La única condición que puso la hechicera fue que ella debía soportar aquellas visitas sin gritar. 

    Sin gritar se quedó dormida y viajó al sueño dónde Julia era feliz y allí jugaron como hermanas, su madre trenzaba sus dorados cabellos y él no existía. Él no existía. Y la experanza de conseguir no despertar del sueño feliz y quedarse allí para siempre inundaba a la niña de valentía. 

    Su hermana, Julia, siempre se despertaba antes que ella y cuando ya se había ido del sueño, su madre y ella lloraban abrazadas. «Solo quinientas noches más, cariño. Quinientas noches más y ya no os separaréis de mí», le decía su madre trenzando su pelo.





jueves, 15 de abril de 2021

Hilanderas de la Brisa

 Estoy sentada en la arena, con los ojos cerrados y la brisa acariciándome el cabello. 

    Con mis dedos enredados en cosquillas de arena y sal, me acuerdo de cuando mi abuela me contaba historias. Sonrío para adentro, sí para adentro, no sé si me explico..., las sonrisas para adentro son las sonrisas que hacen que tuerzas un poquito los labios y te calientan el alma..., seguro que sabéis de qué os hablo.

    Y me viene a la cabeza la historia de los susurros que recorren el mundo escondidos en el aire. Mi abuela decía que la magia ya no estaba presente en el mundo porque no nos paramos a escuchar, porque no miramos dentro de nosotros mismos y siempre tenemos ruidos en la cabeza. Un día caminaba con ella por esta misma playa y saqué mis auriculares para escuchar música, me llamó loca y no sé cuantas cosas más, hasta me arreó un guantazo. 

    —Nunca vuelvas a ponerte esos aparatos del demonio caminando al borde del mar —me dijo muy seria—. Siempre que pasees por esta playa debes escuchar el sonido de las olas, impregnarte del aroma a sal y sentarte a escuchar. 
    »Aunque tú no lo veas, existe un lugar en el que se escriben los susurros del aire, en el que las Hilanderas de la Brisa conectan los hilos que nos unen o nos separan. Ellas esconden historias que deben ser escuchadas, las esconden en las caricias de una brisa suave o en la bofetada de un huracán. 
    »Cuando era joven yo no creía en ese tipo de historias, y miraba a mi abuela de la misma manera en la que tú me estás mirando a mí, pero llegó el día en el que sentada aquí, en esta playa, cerré los ojos y escuché. Una brisa suave al principio, pero luego un viento helador me congeló la espalda. Abrí los ojos y era un precioso día de verano, aunque yo estaba tiritando de frío. Volví a cerrar mis ojos, y entonces escuché. Una hermosa voz me decía que debía ir a casa, que tu madre estaba en peligro.
    »Corrí y corrí como una loca y cuando entraba en la casa vi como los piececitos de mi pequeña caminaban hacía el borde de la piscina. Grité y corrí, pero mi pequeña cayó al agua. Tú no estarías viva si yo no hubiera escuchado el mensaje de las Hilanderas de la Brisa.
    Así que cada vez que paseo por esta playa, me siento y escucho, unos días no dicen nada y otros me cuentan historias. Hoy me han recordado esta, quizá sea porque mi abuela está con ellas, ahora mismo, hilando brisas.




lunes, 29 de marzo de 2021

La elegida

    Estoy perdida en el baile de luces y sombras que la pequeña hoguera proyecta en mi rincón. No pienso, no recuerdo, no soy... Tan solo observo como las volutas de humo crean formas: lentas, hermosas y de una vida muy corta. El sonido de los gritos que provienen de fuera me sacan de mi letargo, y pienso que me gustaría elevarme ligera y desaparecer como el humo de la hoguera.

    Me incorporo lentamente y las articulaciones de mis rodillas protestan y toman la forma de un dolor agudo que recorre mis piernas, pero no puedo quejarme, no puedo mostrar debilidad. No ahora. No delante de todos ellos. Creen que me engañan, fingiendo indiferencia, pero yo sé que vigilan todos y cada uno de mis movimientos. Sospechan.

    El habitáculo en el que me resguardo desde que todo pasó es una pocilga, en él descansamos, los elegidos. El resto del día lo dedicamos a cazar para ellos. 

    Todo comenzó hace unos tres meses, o eso creo, porque el paso de los días comienza a desdibujarse en mi mente. Mi vida, la vida en general era tranquila, normal..., hasta que ellos aparecieron. Llegaron a lomos de sanguinarios dragones. Impresionantes, hermosos y terribles dragones. Arrasaron nuestra aldea, mataron y quemaron. Y después caminaron entre las llamas buscando a los elegidos. Veinte fuimos rescatados del infierno, para acabar en un infierno aún peor. Tan solo quedamos cinco.

    Al parecer, los Jinetes de dragones, así se hacen llamar, nuestros salvadores, llegaron para protegernos de los Salvajes. Pero ellos masacraron nuestro pueblo y ahora nosotros, los elegidos, debemos cazar para ellos. Cazar y proteger todo el perímetro de nuestro pueblo, mientras ellos esclavizan a mujeres y niños. En mis batidas he podido saber que existen muchos, muchos Jinetes de dragones y que de esta manera piensan llegar a gobernar nuestro mundo.

    He arrebatado muchas vidas en este tiempo, demasiadas. Salgo al amanecer y recorro los bosques, no pregunto, no respiro, tan solo mato y no miro atrás. No conozco sus rostros, tan solo veo su sangre y escucho sus gritos. Hace dos días maté, como de costumbre, pero también me mataron a mí. Vi mi sangre, escuché mis gritos y observé mi cuerpo destrozado en la hierba. Era feliz. Vi a todos y cada uno de mis compañeros caídos antes que yo. Vi como rodeaban mi cuerpo y como dejaban paso a un aciano que tomaba mis manos y después, tan solo oscuridad.

    Desperté desorientada, cuando el sol estaba a punto de ponerse. Desde aquel día soy muerte. Soy La elegida, otra vez elegida, para una misión que no deseo y de la que no puedo escapar. Soy muerte y no soy vida. Sin opciones, sin poder de decisión, sin elección.



martes, 23 de febrero de 2021

Senderos retorcidos

Mi vida no fue una línea recta jamás. 

Escribí los párrafos de mi vida inclinados, torcidos, del revés; siempre bordeando el ángulo exacto para no caer por el precipicio. Tropecé con todas y cada una de las piedras del camino por el que mis pies me guiaron y pocas veces caminé por el sendero marcado. Siempre me atrajo más el paseo por lugares escondidos.

Mas sin yo saberlo, mi vida comenzó a ser dirigida por hilos invisibles, tan solo fui una marioneta, nunca decidí ni los más insignificantes detalles de mi vida. Yo que me pavoneaba pensando que era la dueña de mi destino, caí en su trampa final y ahora planeo cómo acabar con mi vida o con la suya.

Un caluroso verano de hace un par de años, o eso creo, porque llevó tanto tiempo sin ver la luz del sol ni sin sentir la brisa en mi rostro que el tiempo se desordena en mi mente, conocí al demonio que manejó mi vida desde el momento en que lo vi, aunque no mostró su verdadero rostro hasta que la tela de araña me tuvo ahogada por completo.

Sentada en una terraza a los pies de la escalinata de la Plaza de España en Roma, degustaba un café mientras observaba a los turistas felices ir y venir. No sé como expresarlo, pero noté cómo un escalofrío recorría mi espalda en aquel sofocante día de verano y al girarme vi aquellos preciosos ojos verdes mirándome, acariciándome el rostro... No puedo precisar cuánto tiempo estuve embelesada mirándole a los ojos, solo sé que cuando él se giró y se perdió de mi vista el café estaba helado.

Pasé los siguientes días nerviosa, buscando aquellos ojos entre todas y cada una de las personas con las que me encontraba y cuantos más días pasaban, más nerviosa me sentía. Decidí volver al cabo de tres días al mismo lugar y a la misma hora, en la misma mesa. Pasaron unos minutos angustiosos hasta que, al fin, volví a encontrarme con aquellos ojos. Pero esta vez él caminó hasta mi mesa y se sentó a mi lado, tomó mi mano y... en aquel momento no lo supe, pero allí perdí mi vida y todo lo que yo creía haber controlado saltó por los aires. Me convertí en su sombra, solo vivía para que sus ojos me mirasen con ternura.

A los tres meses de conocernos nos habíamos casado y nos fuimos a vivir a una gran casa rodeada de bosques. Al principio todo era maravilloso, hasta que él comenzó a mostrar su verdadero rostro, hasta que comenzaron las visitas de grupos de personas, hasta que conseguí reconocer a mi carcelero.
Todas las noches él mantenía reuniones en uno de los salones del ala oeste de la casa, decía que eran reuniones de trabajo y yo no podía bajo ningún concepto salir de nuestro dormitorio a partir de las nueve de la noche. Solía observar desde mi ventana y veía como iban llegando los vehículos a la casa. Siempre cuatro y con los cristales tintados.

Ya os he dicho que nunca me han gustado las líneas rectas, así que no sé por qué, una noche decidí salir de mi dormitorio. Atravesé la casa en silencio y al llegar al gran salón lo que observé me heló la sangre y desde aquel día vivo encerrada en algún lugar de esta mansión.

Él, junto a otro hombre, me visita y hablan como de mí como si yo no estuviera presente. Dicen cosas como que soy especial, como que el sacrificio llegará y yo no entiendo nada, solo sé que ya no me pierdo en su mirada y cada vez que lo miro a los ojos puedo distinguir en ellos un pequeño destello de terror.



lunes, 15 de febrero de 2021

La ofrenda

Amanece lentamente, después de largos días e infinitas noches, caminando sin saber muy bien hacia dónde me llevan mis pies.

El tono rojizo del cielo dibuja nubes rosas, naranjas y amarillas. Mis pies se arrastran por la gravilla del camino. Cansados. Temerosos. Los árboles del inmenso bosque frente a mí me dicen que he llegado al fin a mi destino. Silencio y más silencio se expande a través de mi cuerpo, invade mi sangre y hasta el corazón parece latir más lento. 

Inhalo profundamente y doy el paso que hará que me adentre en el lugar más terrible de la tierra. Nada más entrar noto cómo los árboles cierran sus ramas impidiendo que el sol deje pasar ninguna de sus caricias. La niebla espesa y fría como el hielo recorre mi cuerpo, juraría que noto pequeños dedos rozando mi piel. Inspiro y expiro, lenta y rítmicamente, como ellos me enseñaron. Debo llegar a la cueva y controlar el miedo. Me paro, con los ojos abiertos de par en par, mis pupilas se dilatan y veo aquella abertura en la roca. Negra. Horrible.

Un destello de terror se desliza por mi rostro en forma de sudor y unos ojos rojos parpadean en aquella oscuridad. Un gruñido leve me avisa de que la bestia está sintiendo el ligero temblor de mi pierna. Sé que debo introducir mi mano en mi bolsillo para llevarme a la boca el veneno que me dejará inconsciente en cuanto cruce el umbral de la cueva. Justo antes de que la bestia me despedace. Justo antes de que la ofrenda de mi cuerpo sea consumada.

En lugar de hacer aquello para lo que fui entrenada saco mi daga y, furiosa, irrumpo en la cueva. El terrible olor me atraviesa y una arcada sube hasta mi garganta. Algo me golpea en la espalda y caigo al suelo, magullándome la cara. Sangrando, tiritando... me lanzo hacia algo que se mueve a mi alrededor y el filo de mi arma se hunde en la piel de la bestia, que grita y abre los grandes ojos rojos mirándome y con ello ilumina la estancia. Oigo pasos tras de mí, pero antes de que pueda girarme algo me ataca y quedo tendida en el suelo. Justo antes de perder el conocimiento observo una sonrisa que se curva y oigo el ronroneo de la bestia... 




miércoles, 13 de enero de 2021

Nela

Un día tranquilo, no sé lo que es un día tranquilo desde hace mucho tiempo. El camino que me ha llevado hasta este lugar en el que hoy dejo pasar las horas, se desdibuja en mi memoria como la nieve al caer en el suelo mojado. Se evapora. Se aleja de mí.

    Retazos de mi anterior vida, vuelven a mis ojos cerrados, a mis sueños en la madrugada y deseo atraparlos tan fuerte que nunca se vayan, pero se van sin yo darme cuenta... Se van. No veo más que caras sin rostro que vienen y van. Hoy he encontrado papel y lápiz en un rincón de este lugar que no consigo recordar y he decidido que cuando mis recuerdos lleguen los escribiré; esa será mi manera de atraparlos al fin.

    Pasan los días y yo paseo sin rumbo por jardines que no conozco, como comida que no saboreo y oigo voces que no entiendo. Los recuerdos volverán porque siempre vuelven. Un día en un instante vendrán y después se irán, pero yo estaré preparada y los cautivaré en mi trampa de papel.

    Estoy sentada cerca de un lago, en un paisaje hermoso que no provoca nada en mí. De repente un destello de luz se refleja en el agua, apenas dura un instante, pero yo consigo verlo. Me incorporo y, curiosa, acerco mi rostro al lago. El agua, cristalina, me devuelve el reflejo de mi rostro. Recoloco un mechón de cabello detrás de mi oreja y observo mi mirada. Una lágrima se desliza por mi mejilla hasta caer al lago y con sus ondas desdibuja mi imagen. Las ondas cesan y el lago me muestra otro rostro, un rostro tan parecido al anterior, tan familiar que mis recuerdos comienzan a acariciar imágenes en mi memoria.

    Intento moverme para recuperar el lápiz y el papel que están en el lugar en el que yo descansaba hace unos minutos, pero no puedo moverme. El rostro del lago me sonríe y sin mover los labios puedo oír su voz en mi cabeza. 

    «Nela», pronuncia mi nombre... Sí, ese es mi nombre. 

    «Nela», susurro, quiero gritar mas ella lleva un dedo a su boca en señal de silencio. 

    «Mañana volveré, tú tan solo recuérdame y no olvides tu nombre», las ondas revolotean de nuevo en el agua y el reflejo de mi rostro vuelve a mí.

    Cojo el papel, dibujo aquel rostro, escribo mi nombre y lo escondo en el interior de la manga de mi vestido y alzo la vista al mundo que me rodea. Un escalofrío recorre mi piel, pues ya no estoy en una hermosa pradera ni es un plácido lago en el que vi mi reflejo. Estoy encerrada en una minúscula habitación, el suelo, las paredes, la cama, hasta el cubo donde me vi reflejada es blanco. Todo es blanco. Mis pies descalzos caminan temblorosos hasta la cama y allí mi mente repite: «Nela, mi nombre es Nela». Y recuerdo quien fui, quien soy, quien me encerró en esta cárcel de embrujo y mi corazón se desgarra al reconocer el nombre de mi traidor... 



viernes, 8 de enero de 2021

Mi última caza... O tal vez no

No había tenido un buen día. No, no lo había tenido. Llevaba todo el día lloviendo, hacía demasiado frío y en el trabajo había tenido que aguantar a la insoportable de mi compañera lloriqueando por las esquinas. Me dolía la cabeza y no podía permitirme estar nerviosa, no «aquella noche».


Llevaba años preparando «aquella noche» y si no lo hacía «aquella noche» no podría volver a intentarlo hasta pasado un mes, o quizá nunca. Me había costado mucho perfeccionar la técnica, pero al fin había conseguido ser tan buena como mi madre haciendo... no había nombre para lo que ella hacía... No, no lo había.


Nunca tuve amigos ni familia, pasé toda mi infancia y gran parte de mi adolescencia viajando de ciudad en ciudad. Esa forma de vida hizo que me distanciara de mi madre, hasta que ella logró perfeccionar su técnica y así no tener que huir más. Yo le preguntaba el motivo de tanto traslado y mi madre nunca me contaba nada, pero la noche en que cumplí quince años al fin me mostró lo que había sabido, o intuido, o sospechado toda mi vida.


Mi madre me enseñó todo lo que sabía de la técnica, pero una de «aquellas noches» de luna llena algo salió mal y mi madre falleció. Lloré su pérdida y acabé la misión. Enterré a mi madre junto al cadáver de aquel asesino, de aquel despojo, de aquel malnacido. La rabia me cegaba, las lágrimas me quemaban el rostro y el aire me faltaba mientras la tierra caía encima de mi madre y de aquel demonio, pero así me había enseñado mi madre que debía hacerlo. Si una cazadora moría haciendo su trabajo debía ser enterrada junto a su presa.


Yo sabía que debía de buscar una sucesora, una compañera, alguien con quien cazar. Sabía que no debía de cazar sola porque si me sucedía algo, si moría, otras cazadoras deberían hacerse cargo de mi cuerpo. Las cazadoras no se conocen unas a otras, pero cuando una muere las demás pueden sentirlo y si es una de las «solitarias» acuden a terminar la caza. Por eso todas deben tener una compañera.


Las cazadoras no tienen familia, yo fui fruto de una noche de caza de mi madre. El malnacido la violó aquella noche y ella no pudo deshacerse de mí, como dictaban las leyes de nuestro clan. Me ocultó hasta la noche de su muerte en que tuve que dar explicaciones ante el Consejo y desde entonces estoy en su punto de mira. No me permiten ningún fallo y si aún sigo viva es porque soy mejor que todas ellas juntas. 


Esta misión es especial porque cazaré a la cazadora que tendió una trampa a mi madre. Mataré a una Hermana y después deberé desaparecer, seré una sombra el resto de mis días. Una sombra feliz, que irá acabando con todas ellas una por una, limpiaré mi raza y crearé una nueva era de cazadoras. Mis cazadoras... 




lunes, 4 de enero de 2021

Sueños de gotas de lluvia y rayos de sol

Él escribe palabras con tinta de luna, en lo alto de una montaña perdida.
Una montaña sin nombre ni dirección conocida.
Palabras que cuentan historias de decisiones y de amoríos,
de tristezas y de alegrías, de vidas nuevas y paseos por el olvido...

Ella trenza caminos, indicando destinos.
Caminos que cambian con las decisiones del que camina perdido.
Ella deja señales para guiar a los vivos,
mas pocos las siguen pues caminan sin mirar el camino.

Un día una niña se extravía,
camina observando cada detalle del sendero escondido.
La niña llega a la montaña, alcanzó su destino.

La niña saluda feliz pues cree haber alcanzado su destino.
Él y Ella la miran curiosos y entristecidos.

—Niña preciosa, ¿te has perdido? 
—No, este es mi destino.
—¡Oh, mi pequeña niña! Este no es tu destino. 
—¿Estás segura? Yo seguí las señales que me indicaba el camino.

Ella busca el sendero de la niña en sus trenzas de caminos.
La niña no miente, ese es el final de su destino.

Él busca los versos que aclaren aquel desatino,
encuentra la historia y lee:

«Una niña camina por un sencillo sendero,
días y días sin atisbar destino.
La niña mira a lo lejos, no ve el fin de su camino,
mas cercano a sus pies discurre otro distinto.

Es un camino de piedras y de oscuros bosques,
de subidas y bajadas, de tormentas y plácidos lagos.

La niña no lo piensa y cambia su camino,
pues aunque sea duro, ese al menos la llevará a un destino.

Vivirá aventuras, sentirá miedo y frío,
pero así es la vida, luchar le da sentido.

Caminar bajo la tormenta agradece la caricia del sol y
subir una alta montaña enseña acantilados y atardeceres anaranjados.

El sencillo sendero de la niña no la llevaba a ningún lugar,
se atrevió a cambiar de camino y por eso su destino será:
pintar sueños con gotas de lluvia y rayos de sol,
en este maravilloso lugar».

Desde aquel día 
Él escribió historias con versos de luna,
Ella trenzó caminos y
La niña pintó sueños de lluvia y sol.