lunes, 15 de febrero de 2021

La ofrenda

Amanece lentamente, después de largos días e infinitas noches, caminando sin saber muy bien hacia dónde me llevan mis pies.

El tono rojizo del cielo dibuja nubes rosas, naranjas y amarillas. Mis pies se arrastran por la gravilla del camino. Cansados. Temerosos. Los árboles del inmenso bosque frente a mí me dicen que he llegado al fin a mi destino. Silencio y más silencio se expande a través de mi cuerpo, invade mi sangre y hasta el corazón parece latir más lento. 

Inhalo profundamente y doy el paso que hará que me adentre en el lugar más terrible de la tierra. Nada más entrar noto cómo los árboles cierran sus ramas impidiendo que el sol deje pasar ninguna de sus caricias. La niebla espesa y fría como el hielo recorre mi cuerpo, juraría que noto pequeños dedos rozando mi piel. Inspiro y expiro, lenta y rítmicamente, como ellos me enseñaron. Debo llegar a la cueva y controlar el miedo. Me paro, con los ojos abiertos de par en par, mis pupilas se dilatan y veo aquella abertura en la roca. Negra. Horrible.

Un destello de terror se desliza por mi rostro en forma de sudor y unos ojos rojos parpadean en aquella oscuridad. Un gruñido leve me avisa de que la bestia está sintiendo el ligero temblor de mi pierna. Sé que debo introducir mi mano en mi bolsillo para llevarme a la boca el veneno que me dejará inconsciente en cuanto cruce el umbral de la cueva. Justo antes de que la bestia me despedace. Justo antes de que la ofrenda de mi cuerpo sea consumada.

En lugar de hacer aquello para lo que fui entrenada saco mi daga y, furiosa, irrumpo en la cueva. El terrible olor me atraviesa y una arcada sube hasta mi garganta. Algo me golpea en la espalda y caigo al suelo, magullándome la cara. Sangrando, tiritando... me lanzo hacia algo que se mueve a mi alrededor y el filo de mi arma se hunde en la piel de la bestia, que grita y abre los grandes ojos rojos mirándome y con ello ilumina la estancia. Oigo pasos tras de mí, pero antes de que pueda girarme algo me ataca y quedo tendida en el suelo. Justo antes de perder el conocimiento observo una sonrisa que se curva y oigo el ronroneo de la bestia... 




miércoles, 13 de enero de 2021

Nela

Un día tranquilo, no sé lo que es un día tranquilo desde hace mucho tiempo. El camino que me ha llevado hasta este lugar en el que hoy dejo pasar las horas, se desdibuja en mi memoria como la nieve al caer en el suelo mojado. Se evapora. Se aleja de mí.

    Retazos de mi anterior vida, vuelven a mis ojos cerrados, a mis sueños en la madrugada y deseo atraparlos tan fuerte que nunca se vayan, pero se van sin yo darme cuenta... Se van. No veo más que caras sin rostro que vienen y van. Hoy he encontrado papel y lápiz en un rincón de este lugar que no consigo recordar y he decidido que cuando mis recuerdos lleguen los escribiré; esa será mi manera de atraparlos al fin.

    Pasan los días y yo paseo sin rumbo por jardines que no conozco, como comida que no saboreo y oigo voces que no entiendo. Los recuerdos volverán porque siempre vuelven. Un día en un instante vendrán y después se irán, pero yo estaré preparada y los cautivaré en mi trampa de papel.

    Estoy sentada cerca de un lago, en un paisaje hermoso que no provoca nada en mí. De repente un destello de luz se refleja en el agua, apenas dura un instante, pero yo consigo verlo. Me incorporo y, curiosa, acerco mi rostro al lago. El agua, cristalina, me devuelve el reflejo de mi rostro. Recoloco un mechón de cabello detrás de mi oreja y observo mi mirada. Una lágrima se desliza por mi mejilla hasta caer al lago y con sus ondas desdibuja mi imagen. Las ondas cesan y el lago me muestra otro rostro, un rostro tan parecido al anterior, tan familiar que mis recuerdos comienzan a acariciar imágenes en mi memoria.

    Intento moverme para recuperar el lápiz y el papel que están en el lugar en el que yo descansaba hace unos minutos, pero no puedo moverme. El rostro del lago me sonríe y sin mover los labios puedo oír su voz en mi cabeza. 

    «Nela», pronuncia mi nombre... Sí, ese es mi nombre. 

    «Nela», susurro, quiero gritar mas ella lleva un dedo a su boca en señal de silencio. 

    «Mañana volveré, tú tan solo recuérdame y no olvides tu nombre», las ondas revolotean de nuevo en el agua y el reflejo de mi rostro vuelve a mí.

    Cojo el papel, dibujo aquel rostro, escribo mi nombre y lo escondo en el interior de la manga de mi vestido y alzo la vista al mundo que me rodea. Un escalofrío recorre mi piel, pues ya no estoy en una hermosa pradera ni es un plácido lago en el que vi mi reflejo. Estoy encerrada en una minúscula habitación, el suelo, las paredes, la cama, hasta el cubo donde me vi reflejada es blanco. Todo es blanco. Mis pies descalzos caminan temblorosos hasta la cama y allí mi mente repite: «Nela, mi nombre es Nela». Y recuerdo quien fui, quien soy, quien me encerró en esta cárcel de embrujo y mi corazón se desgarra al reconocer el nombre de mi traidor... 



viernes, 8 de enero de 2021

Mi última caza... O tal vez no

No había tenido un buen día. No, no lo había tenido. Llevaba todo el día lloviendo, hacía demasiado frío y en el trabajo había tenido que aguantar a la insoportable de mi compañera lloriqueando por las esquinas. Me dolía la cabeza y no podía permitirme estar nerviosa, no «aquella noche».


Llevaba años preparando «aquella noche» y si no lo hacía «aquella noche» no podría volver a intentarlo hasta pasado un mes, o quizá nunca. Me había costado mucho perfeccionar la técnica, pero al fin había conseguido ser tan buena como mi madre haciendo... no había nombre para lo que ella hacía... No, no lo había.


Nunca tuve amigos ni familia, pasé toda mi infancia y gran parte de mi adolescencia viajando de ciudad en ciudad. Esa forma de vida hizo que me distanciara de mi madre, hasta que ella logró perfeccionar su técnica y así no tener que huir más. Yo le preguntaba el motivo de tanto traslado y mi madre nunca me contaba nada, pero la noche en que cumplí quince años al fin me mostró lo que había sabido, o intuido, o sospechado toda mi vida.


Mi madre me enseñó todo lo que sabía de la técnica, pero una de «aquellas noches» de luna llena algo salió mal y mi madre falleció. Lloré su pérdida y acabé la misión. Enterré a mi madre junto al cadáver de aquel asesino, de aquel despojo, de aquel malnacido. La rabia me cegaba, las lágrimas me quemaban el rostro y el aire me faltaba mientras la tierra caía encima de mi madre y de aquel demonio, pero así me había enseñado mi madre que debía hacerlo. Si una cazadora moría haciendo su trabajo debía ser enterrada junto a su presa.


Yo sabía que debía de buscar una sucesora, una compañera, alguien con quien cazar. Sabía que no debía de cazar sola porque si me sucedía algo, si moría, otras cazadoras deberían hacerse cargo de mi cuerpo. Las cazadoras no se conocen unas a otras, pero cuando una muere las demás pueden sentirlo y si es una de las «solitarias» acuden a terminar la caza. Por eso todas deben tener una compañera.


Las cazadoras no tienen familia, yo fui fruto de una noche de caza de mi madre. El malnacido la violó aquella noche y ella no pudo deshacerse de mí, como dictaban las leyes de nuestro clan. Me ocultó hasta la noche de su muerte en que tuve que dar explicaciones ante el Consejo y desde entonces estoy en su punto de mira. No me permiten ningún fallo y si aún sigo viva es porque soy mejor que todas ellas juntas. 


Esta misión es especial porque cazaré a la cazadora que tendió una trampa a mi madre. Mataré a una Hermana y después deberé desaparecer, seré una sombra el resto de mis días. Una sombra feliz, que irá acabando con todas ellas una por una, limpiaré mi raza y crearé una nueva era de cazadoras. Mis cazadoras... 




lunes, 4 de enero de 2021

Sueños de gotas de lluvia y rayos de sol

Él escribe palabras con tinta de luna, en lo alto de una montaña perdida.
Una montaña sin nombre ni dirección conocida.
Palabras que cuentan historias de decisiones y de amoríos,
de tristezas y de alegrías, de vidas nuevas y paseos por el olvido...

Ella trenza caminos, indicando destinos.
Caminos que cambian con las decisiones del que camina perdido.
Ella deja señales para guiar a los vivos,
mas pocos las siguen pues caminan sin mirar el camino.

Un día una niña se extravía,
camina observando cada detalle del sendero escondido.
La niña llega a la montaña, alcanzó su destino.

La niña saluda feliz pues cree haber alcanzado su destino.
Él y Ella la miran curiosos y entristecidos.

—Niña preciosa, ¿te has perdido? 
—No, este es mi destino.
—¡Oh, mi pequeña niña! Este no es tu destino. 
—¿Estás segura? Yo seguí las señales que me indicaba el camino.

Ella busca el sendero de la niña en sus trenzas de caminos.
La niña no miente, ese es el final de su destino.

Él busca los versos que aclaren aquel desatino,
encuentra la historia y lee:

«Una niña camina por un sencillo sendero,
días y días sin atisbar destino.
La niña mira a lo lejos, no ve el fin de su camino,
mas cercano a sus pies discurre otro distinto.

Es un camino de piedras y de oscuros bosques,
de subidas y bajadas, de tormentas y plácidos lagos.

La niña no lo piensa y cambia su camino,
pues aunque sea duro, ese al menos la llevará a un destino.

Vivirá aventuras, sentirá miedo y frío,
pero así es la vida, luchar le da sentido.

Caminar bajo la tormenta agradece la caricia del sol y
subir una alta montaña enseña acantilados y atardeceres anaranjados.

El sencillo sendero de la niña no la llevaba a ningún lugar,
se atrevió a cambiar de camino y por eso su destino será:
pintar sueños con gotas de lluvia y rayos de sol,
en este maravilloso lugar».

Desde aquel día 
Él escribió historias con versos de luna,
Ella trenzó caminos y
La niña pintó sueños de lluvia y sol.



lunes, 14 de diciembre de 2020

Un claro en la tormenta

Un único pensamiento ocupaba su mente, seguir el camino de hojas secas, mojadas por la lluvia que hasta hacía unos instantes caía enojada sobre su cabeza. Avanzar continuamente, a pesar del frío que atravesaba su piel y congelaba su alma.

Intentaba que su mente no le hablase de posibilidades, que no la enredase con oscuros pensamientos, solo quería llegar y que todo aquello fuera una de sus muchas pesadillas. Apartó con la mano un mechón de cabello empapado que cubría sus ojos y fue entonces cuando la vio. Allí a lo lejos estaba su hogar, en medio de un claro. Un sol radiante iluminaba las ventanas y su madre la esperaba en el camino de acceso a la casa.

Sabía lo que iba a ocurrir, aquella pesadilla la había acompañado infinitas noches durante toda su vida, pero a pesar de ello, ella cerraba los ojos y, murmurando una oración, tocaba la cancela de acceso a su hogar. En todas sus pesadillas aquel era el instante en que una sombra oscura y llena de maldad se llevaba la sonrisa de su madre y la dejaba a ella llorando entre los escombros de lo que fue su hogar. Entonces se despertaba y volvía a estar de nuevo en aquella celda, en aquel hospital, en aquel agujero, sola.

Cerró los ojos suavemente y alargó su mano hacia la cancela, pero en esta ocasión hizo algo que nunca antes se había atrevido a hacer en ninguna de sus pesadillas. Justo cuando sus manos estaban a punto de rozar la puerta, abrió los ojos y tomando impulso saltó por encima de la valla... Y sucedió que el sol acarició su piel, la brisa secó su ropa y los labios de su madre la besaron como tantas veces cuando era una niña. Y no lloró, porque era feliz, porque al fin estaba donde deseaba estar, porque la oscuridad no la devolvería nunca más a aquella fría habitación.

Oyó voces a lo lejos que la llamaban por su nombre, que zarandeaban su cuerpo, que intentaban hacer que volviera, pero ella no regresó. Su cuerpo desapareció, se desvaneció entre las sábanas de aquella pequeña habitación y nadie supo explicar qué fue lo que allí sucedió.