jueves, 12 de septiembre de 2024

Venganza

Aloise tiene los ojos cerrados, la brisa salada acaricia su rostro y el vaivén de las olas parece jugar haciéndole cosquillas en los pies descalzos.
    Hasta que no pisó de nuevo, tras más de diez años sin hacerlo, la arena de la playa, no se dio cuenta de cuánto lo había echado de menos.
    Un suspiro largo y profundo brota de su boca cuando siente unos golpecitos en su hombro derecho. No se atreve a abrir los ojos, todavía no. Antes tiene que intentar visualizar, en su mente, la cara de la persona que se va a encontrar al abrirlos. Mientras lo hace, siente la incomodidad de ella, escucha su impaciencia y eso hace que Aloise se demore un poquito más de la cuenta en prestarle atención. El rostro de sus pesadillas aparece en su imaginación, el causante de muchos de sus traumas y sobre todo de noches de llanto. Intenta reprimirlo, pero una lágrima se escapa por el rabillo de su ojo izquierdo. Aloise se alegra de que ella no pueda verlo, pues toca otra vez su hombro derecho
    —¡Aloise! ¡Deja de hacer el tonto y préstame atención! He tenido que descalzarme y pasear hasta aquí por esta arena que detesto. Si no abres los ojos, me iré. La situación es grave, deja de hacer el tonto.
    La chica aprieta los puños y mira a la mujer a los ojos. Se sorprende al encontrar a alguien tan diferente a la imagen que recordaba de ella. Su pelo, antes negro, se ha tornado cano en su mayoría; ahora lleva gafas, unas horribles, por cierto; está muy delgada y las arrugas la han convertido en algo que seguramente ella odia al mirarse al espejo. Aquella mujer no es el monstruo de sus pesadillas, bueno, sí que lo es, pero para Aloise es un alivio que haya cambiado tanto.
    —¡Al fin! Vámonos de aquí.
    La mujer echa a andar y la chica tiene que reprimir una carcajada al ver como camina soltando improperios por la arena.
    Las dos se limpian los pies, se calzan y pasean hacia su antigua casa. Aloise carraspea y al fin le comenta.
    —Pensé que no acudirías a mi llamada.
    —¿Por qué no iba a hacerlo? De hecho, en cuanto me enteré de lo sucedido con tus padres, llamé al último número de teléfono que tenía tuyo y no di contigo.
   —Bueno, ya sabes, tú y yo... Tú siempre fuiste... —tenía pensado un buen discurso, pero ahora que está caminando a su lado, las palabras se niegan a salir con fluidez.
  —¡Deja de tartamudear, niña! ¿No aprendiste nada estando conmigo? Las señoritas hablan alto y claro.
    Aquella manera de hablarle incendió algo en el interior de aquella niña que fue, el calor avanzó hasta las puntas de sus dedos y Aloise tuvo que reprimir el cosquilleo. No, no podía hacerlo tan rápido ni tan fácil y mucho menos a la luz de tantas miradas. Aquello debía ser discreto.
  —Te he invitado a nuestra antigua casa, precisamente por eso, porque quiero agradecerte lo que hiciste por mí cuando era una niña y también para ver si entre las dos podemos saber qué les ha ocurrido a mis padres.
  —¡Oh, Aloise! No sabes lo feliz que me hace oírte decir eso. Sé que fui estricta en ocasiones, pero todo lo hice por tu bien. Una niña con tu manera de ser —baja deliberadamente la voz al pronunciar las últimas palabras—. Ya sabes a lo que me refiero. No podía dejar que te hicieras daño o hirieses a alguien. Gracias a mí, todo aquello pasó y ahora eres normal. Pero en el tema de la desaparición de tus padres no sé cómo podría ayudarte, nunca tuve mucho trato con ellos, salvo cuando cuidaba de ti.
    Otra vez el calor y otra vez el cosquilleo.
  La chica saca las llaves de la gran casa. Muy grande para que vivieses tan solo una niña y su institutriz.  Los zapatos de Aloise parecen no pisar el suelo y el silencio reina a su paso, en cambio, los tacones de aquel demonio resuenan propagando tu canción por la casa deshabitada y sin muebles. 
  —Siento el aspecto que presenta la casa. Ven, iremos a mi antiguo cuarto, es el único lugar que he adecentado un poco, no pienso quedarme mucho tiempo y no me merecía la pena poner a punto la casa.
     La mujer hace el amago de subir las escaleras, pero la chica levanta una mano y, esta vez sí, deja  que el cosquilleo, se convierta en lo que siempre fue. 
   —¿Dónde vas? Por ahí no se va a mi antiguo cuarto. —La voz de Aloise suena segura.
    La institutriz no puede moverse, la magia de la chica no la deja avanzar. Aloise puede ver el terror y, como no, también algo de arrogancia, pues piensa que podrá ganar la partida como hacía con Aloise niña, pero ella ya no se parece en nada a aquella pequeña.
   —¿Qué dices? Tu dormitorio siempre estuvo en la primera planta.
   —Mi dormitorio, sí, pero el lugar en el que pasé más tiempo durante mi estancia en esta casa, fue el sótano. ¿No lo recuerdas? Aquel lugar en el que tú me encerrabas.
    —Si esto es una broma, no tiene gracia. Aloise, pensé que había hecho de ti una mujer, pero veo que me equivocaba. ¡Déjame ir! ¡Ya!
    Aloise, hace que la mujer calle y camine hasta las escaleras que bajan al sótano. Su institutriz suda y sus ojos están inyectados en sangre, pero por más que luche, no puede hacer nada contra el poder de la mujer en que se ha convertido.
    —¡Papá, Mamá! Os he traído compañía. Como ya os expliqué, aquí es donde yo viví básicamente unos quince años de mi vida, con apenas comida, ni bebida, ni luz del sol... Ni mar, ni arena, ni cariño.
    Los padres de Aloise están dentro de una jaula con un jergón sucio y mohoso, algo de agua y un poco de pan rancio. 
    —Tenía pensado muchas cosas para haceros, como venganza, pero he decidido que lo mejor será que os encierre a los tres aquí y me olvide de vosotros para siempre. Fue un acierto que en su día, ella, la institutriz que vosotros contratasteis para deshaceros de mí y de lo que soy, hiciese tan buen trabajo con la insonorización de este lugar concreto de la casa. Porque yo os prometo que grite y grite, mucho, durante años y nadie vino a rescatarme. Pero como bien me enseño, ella también, no hay que dejar nada al azar, así que con mi magia he creado una ilusión y cualquiera que entre en este sótano solo verá suciedad y una gran pared de ladrillos.
    —Adiós...
    Aloise cierra la puerta de la casa y se encamina feliz hacia su nuevo futuro, siente un pequeño cosquilleo en su mano derecha, algo que le ocurría mucho siendo niña, no era como su magia, más bien era como una corriente eléctrica, sacude el brazo con energía y la corriente pasa sin más. Está feliz y decide no darle importancia, algo que no habría hecho si hubiera seguido al pie de la letra los consejos de su institutriz. «Nunca pienses que un suceso es debido a la casualidad, las casualidades no existen y todo lo que nos pasa tiene algún sentido, aunque no sepamos identificar cuál es».
    Si hubiera vuelto a la casa en aquel momento habría visto que en la jaula tan solo estaban los cuerpos de sus padres, sin rastro de la institutriz.
    
    
    
    
    

domingo, 23 de junio de 2024

Amor de madre

Abrir mucho los ojos no le servía de nada, por más que intentaba distinguir algo en medio de aquella oscuridad más se frustraba. Así que optó por cerrarlos y dejarse guiar por los sonidos que el bosque le enviaba: susurros envueltos en la brisa, movimiento en las ramas de los árboles... Y así, consiguió escucharlos a ellos, a los demonios que varias noches llevaba persiguiendo.

Durante un pequeño lapso de tiempo, los demonios no fueron conscientes de que ella estaba en el interior de sus dominios y tampoco de que los estaba espiando, hasta que algo hizo que uno de ellos dejase de hablar y corriera hacia ella. Nara pudo percibir el aliento furioso de aquel espantoso ser intentando darle alcance, escuchó el sonido de las ramas de los árboles que se rompían al encuentro de la rápida carrera del demonio. 
—¡Corre, Nara, corre como nunca has corrido en tu vida! —se decía la muchacha a sí misma.
Sus pies no tocaban el suelo, por lo que ella era un poco más rápida que su perseguidor, que tenía que luchar con las raíces que, intentando ayudar en la huida de la muchacha, se enredaban en los pies del demonio, haciendo que este se tropezase y maldijese a cada paso que daba.
—Tranquilo, amor mío. Mamá te llevará de vuelta a casa. —Acunaba al pequeño bulto que llevaba en los brazos, sin dejar que el pánico se adueñase de ella. 
—Unos metros más, tan solo unos metros más. Ya está amaneciendo y ellos solo pueden abandonar el bosque en la noche oscura.
Nara posó sus pies en la suave hierba que crecía hermosa en la linde que separaba su aldea de aquel espantoso bosque. 
—¡Lo conseguí!
El sol teñía de naranja el cielo. Se sintió a salvo y abrió los ojos. Con ternura, destapó el pequeño bulto que protestaba entre sus brazos. Lo que vio hizo que un grito de dolor escapase de su cuerpo, haciendo que hasta los animales de la noche guardasen silencio ante su tragedia.
El demonio, que también portaba algo entre sus brazos, la miraba desde la oscuridad del bosque. Estaba furioso, el sudor perlaba su frente debido al esfuerzo, gotas de sangre resbalaban de las numerosas heridas que la carrera le había provocado, y un llanto negro y silencioso ahogaba su pecho.
—No, por favor, no lo hagas —Las palabras salieron roncas y ásperas de la garganta de Nara, apenas audibles debido al miedo y a la desesperación.
El demonio gruño zarandeando al bebé humano que ahora sujetaba por los pies, provocando su llanto desconsolado y haciendo que una grieta de dolor rompiera un pedazo del corazón de Nara, que a su vez, depositaba en la linde de los dos mundos el cuerpo sin vida del pequeño demonio que había tomado de la guarida, pensando que era a su hijo al que estaba rescatando.
El demonio alargó una mano para recoger a su bebé, mientras con la otra agarraba fuertemente al hijo de Nara. Sus dedos estaban a punto de tocar al pequeño demonio, cuando Nara sacó una daga y la hundió en su mano, haciendo que soltase al bebé humano. Una flecha, y otra y otra más se clavaron en el cuerpo del demonio. Nara entró de nuevo en el bosque, tomó a su pequeño en brazos, empujó al ser hacia la fresca hierba y este murió en el mismo momento en que abandonó el bosque, igual que su hijo.
—¡Nara! —gritó una mujer de cabello blanco que acudió al encuentro de la chica, a su lado caminaba un joven portando un arco.
—Mamá, Cariño—dijo besando al hombre en los labios—. Yo... Yo no veía nada y... Y me equivoqué.
Nara temblaba, aferrada al cuerpo de su hijo, que descansaba en sus brazos.
—Volvamos a la aldea, pequeña. El infierno de su venganza no se hará esperar. Es la primera vez que un bebé sale con vida de la guarida de los demonios. Veinte largos años han pasado desde que aparecieron, muchos niños fueron robados, entre ellos tu hermano. Tú eres nuestra esperanza.

La madre de Nara se arrodilló al lado del cuerpo del demonio y con suma ternura acarició la mejilla del ser, algo que sorprendió a la muchacha, que se acercó un poco más, intrigada por la escena. 
En los ojos de aquel deforme ser pudo reconocer el hermoso azul que tantas veces la acompañó de niña. 
Él era su hermano.

sábado, 25 de noviembre de 2023

Prólogo de Elisa recordará mi nombre.

Aquí os dejo el prólogo de mi próxima novela, Elisa recordará mi nombre, que se publicará en diciembre.
Espero que os guste
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Soy Elisa, no diré mi apellido porque no sé si ellos aún me andan buscando, y ustedes no sabrán si es mi nombre real, ya que hasta yo tengo dudas de ello. Estoy en protección de testigos, aunque sé que con mis perseguidores no hay protección de testigos que valga, mi protección soy yo en mí misma. No tengo muy claro por qué no pudo hacerme daño aquella noche ni las noches posteriores en que lo intentó, pero estoy viva y voy a contar lo que sucedió, empezando por la madrugada en que todo comenzó.

En el lugar en que nací se notaba frío al anochecer durante todos los meses del año y la cercanía del mar hacía que un poco de él se colase en el ambiente, dotando al aire de una humedad pegajosa. Aquella era una noche de verano, de finales de junio para ser exactos, así que aún no hacía demasiado calor por el día y la madrugada era fría. Me acababa de mudar a mi primer apartamento sola. Vivía en un pequeño pueblecito, llevaba un par de años trabajando (y ahorrando) y podía permitírmelo por primera vez en mi vida. ¡Ah! También hacía poco que lo había dejado con mi novio de toda la vida y había descubierto cosas de mi familia que hacían que me replantease mi futuro más inmediato. Vamos, que mi mundo estaba patas arriba. 

Mi vecino era un tipo muy guapo y encantador, nada que ver con mi antiguo novio, yo era una pardilla, no quería nada serio y él tampoco. Se me caía la baba cada vez que lo veía, así que una cosa llevó a la otra y terminamos enrollándonos. Una de las noches que me quedé a dormir en su casa me desperté sobresaltada y no era para menos. Mi vecino estaba sentado encima de mí, sus ojos eran rojos y fuera lo que fuera lo que pensaba hacerme, no pintaba nada bien. Intenté gritar con todas mis fuerzas, ningún sonido salía de mi garganta, forcejeé, pataleé, pero él tenía una fuerza sobrehumana, aunque por alguna extraña razón me soltó, sus ojos volvieron a ser normales, paseó su mano por mi pelo susurrando un: «lástima, me gustabas demasiado, ahora tendrás que ir con las demás», y me dormí al instante. Al día siguiente desperté en mi cama con una nota de mi vecino en mi mesilla que decía que la noche anterior había bebido demasiado y que me había traído a casa.

Intenté hablar con él sobre lo sucedido y me explicó que nada de lo que yo recordaba había ocurrido, que seguramente había tenido una pesadilla. Nunca volvió a quedar conmigo, es más, si me veía se cambiaba de acera. Pero a partir de aquella noche mi percepción de la vida cambió. Comencé a ver aquellos ojos en más personas a mi alrededor: en el vecino que en la cola del supermercado me miraba de soslayo, en mi hermano si alguna vez me cruzaba con él, en el compañero de trabajo que me traía un café sin yo pedirlo… 

Y comencé a atar cabos sobre aquella chica que pensaba estudiar fuera al acabar bachillerato y desapareció cuando yo estaba en el último año del instituto; en una medio novia de mi hermano que también desapareció; en la ex del veterinario… ¿Por qué nunca había pensado demasiado en ellas? Bueno, quizás sí lo había hecho, pero no de aquella manera. No de una forma tan fuerte y constante. En el lugar en el que nací, de vez en cuando una mujer desaparecía, se la buscaba, se la lloraba y pasados unos días se actuaba como si no hubiera existido jamás.

En algo tenía razón Israel, mi vecino. Aquella noche había despertado de una pesadilla, pero solo para comenzar otra aún mayor.