martes, 23 de febrero de 2021

Senderos retorcidos

Mi vida no fue una línea recta jamás. 

Escribí los párrafos de mi vida inclinados, torcidos, del revés; siempre bordeando el ángulo exacto para no caer por el precipicio. Tropecé con todas y cada una de las piedras del camino por el que mis pies me guiaron y pocas veces caminé por el sendero marcado. Siempre me atrajo más el paseo por lugares escondidos.

Mas sin yo saberlo, mi vida comenzó a ser dirigida por hilos invisibles, tan solo fui una marioneta, nunca decidí ni los más insignificantes detalles de mi vida. Yo que me pavoneaba pensando que era la dueña de mi destino, caí en su trampa final y ahora planeo cómo acabar con mi vida o con la suya.

Un caluroso verano de hace un par de años, o eso creo, porque llevó tanto tiempo sin ver la luz del sol ni sin sentir la brisa en mi rostro que el tiempo se desordena en mi mente, conocí al demonio que manejó mi vida desde el momento en que lo vi, aunque no mostró su verdadero rostro hasta que la tela de araña me tuvo ahogada por completo.

Sentada en una terraza a los pies de la escalinata de la Plaza de España en Roma, degustaba un café mientras observaba a los turistas felices ir y venir. No sé como expresarlo, pero noté cómo un escalofrío recorría mi espalda en aquel sofocante día de verano y al girarme vi aquellos preciosos ojos verdes mirándome, acariciándome el rostro... No puedo precisar cuánto tiempo estuve embelesada mirándole a los ojos, solo sé que cuando él se giró y se perdió de mi vista el café estaba helado.

Pasé los siguientes días nerviosa, buscando aquellos ojos entre todas y cada una de las personas con las que me encontraba y cuantos más días pasaban, más nerviosa me sentía. Decidí volver al cabo de tres días al mismo lugar y a la misma hora, en la misma mesa. Pasaron unos minutos angustiosos hasta que, al fin, volví a encontrarme con aquellos ojos. Pero esta vez él caminó hasta mi mesa y se sentó a mi lado, tomó mi mano y... en aquel momento no lo supe, pero allí perdí mi vida y todo lo que yo creía haber controlado saltó por los aires. Me convertí en su sombra, solo vivía para que sus ojos me mirasen con ternura.

A los tres meses de conocernos nos habíamos casado y nos fuimos a vivir a una gran casa rodeada de bosques. Al principio todo era maravilloso, hasta que él comenzó a mostrar su verdadero rostro, hasta que comenzaron las visitas de grupos de personas, hasta que conseguí reconocer a mi carcelero.
Todas las noches él mantenía reuniones en uno de los salones del ala oeste de la casa, decía que eran reuniones de trabajo y yo no podía bajo ningún concepto salir de nuestro dormitorio a partir de las nueve de la noche. Solía observar desde mi ventana y veía como iban llegando los vehículos a la casa. Siempre cuatro y con los cristales tintados.

Ya os he dicho que nunca me han gustado las líneas rectas, así que no sé por qué, una noche decidí salir de mi dormitorio. Atravesé la casa en silencio y al llegar al gran salón lo que observé me heló la sangre y desde aquel día vivo encerrada en algún lugar de esta mansión.

Él, junto a otro hombre, me visita y hablan como de mí como si yo no estuviera presente. Dicen cosas como que soy especial, como que el sacrificio llegará y yo no entiendo nada, solo sé que ya no me pierdo en su mirada y cada vez que lo miro a los ojos puedo distinguir en ellos un pequeño destello de terror.



lunes, 15 de febrero de 2021

La ofrenda

Amanece lentamente, después de largos días e infinitas noches, caminando sin saber muy bien hacia dónde me llevan mis pies.

El tono rojizo del cielo dibuja nubes rosas, naranjas y amarillas. Mis pies se arrastran por la gravilla del camino. Cansados. Temerosos. Los árboles del inmenso bosque frente a mí me dicen que he llegado al fin a mi destino. Silencio y más silencio se expande a través de mi cuerpo, invade mi sangre y hasta el corazón parece latir más lento. 

Inhalo profundamente y doy el paso que hará que me adentre en el lugar más terrible de la tierra. Nada más entrar noto cómo los árboles cierran sus ramas impidiendo que el sol deje pasar ninguna de sus caricias. La niebla espesa y fría como el hielo recorre mi cuerpo, juraría que noto pequeños dedos rozando mi piel. Inspiro y expiro, lenta y rítmicamente, como ellos me enseñaron. Debo llegar a la cueva y controlar el miedo. Me paro, con los ojos abiertos de par en par, mis pupilas se dilatan y veo aquella abertura en la roca. Negra. Horrible.

Un destello de terror se desliza por mi rostro en forma de sudor y unos ojos rojos parpadean en aquella oscuridad. Un gruñido leve me avisa de que la bestia está sintiendo el ligero temblor de mi pierna. Sé que debo introducir mi mano en mi bolsillo para llevarme a la boca el veneno que me dejará inconsciente en cuanto cruce el umbral de la cueva. Justo antes de que la bestia me despedace. Justo antes de que la ofrenda de mi cuerpo sea consumada.

En lugar de hacer aquello para lo que fui entrenada saco mi daga y, furiosa, irrumpo en la cueva. El terrible olor me atraviesa y una arcada sube hasta mi garganta. Algo me golpea en la espalda y caigo al suelo, magullándome la cara. Sangrando, tiritando... me lanzo hacia algo que se mueve a mi alrededor y el filo de mi arma se hunde en la piel de la bestia, que grita y abre los grandes ojos rojos mirándome y con ello ilumina la estancia. Oigo pasos tras de mí, pero antes de que pueda girarme algo me ataca y quedo tendida en el suelo. Justo antes de perder el conocimiento observo una sonrisa que se curva y oigo el ronroneo de la bestia...