miércoles, 13 de enero de 2021

Nela

Un día tranquilo, no sé lo que es un día tranquilo desde hace mucho tiempo. El camino que me ha llevado hasta este lugar en el que hoy dejo pasar las horas, se desdibuja en mi memoria como la nieve al caer en el suelo mojado. Se evapora. Se aleja de mí.

    Retazos de mi anterior vida, vuelven a mis ojos cerrados, a mis sueños en la madrugada y deseo atraparlos tan fuerte que nunca se vayan, pero se van sin yo darme cuenta... Se van. No veo más que caras sin rostro que vienen y van. Hoy he encontrado papel y lápiz en un rincón de este lugar que no consigo recordar y he decidido que cuando mis recuerdos lleguen los escribiré; esa será mi manera de atraparlos al fin.

    Pasan los días y yo paseo sin rumbo por jardines que no conozco, como comida que no saboreo y oigo voces que no entiendo. Los recuerdos volverán porque siempre vuelven. Un día en un instante vendrán y después se irán, pero yo estaré preparada y los cautivaré en mi trampa de papel.

    Estoy sentada cerca de un lago, en un paisaje hermoso que no provoca nada en mí. De repente un destello de luz se refleja en el agua, apenas dura un instante, pero yo consigo verlo. Me incorporo y, curiosa, acerco mi rostro al lago. El agua, cristalina, me devuelve el reflejo de mi rostro. Recoloco un mechón de cabello detrás de mi oreja y observo mi mirada. Una lágrima se desliza por mi mejilla hasta caer al lago y con sus ondas desdibuja mi imagen. Las ondas cesan y el lago me muestra otro rostro, un rostro tan parecido al anterior, tan familiar que mis recuerdos comienzan a acariciar imágenes en mi memoria.

    Intento moverme para recuperar el lápiz y el papel que están en el lugar en el que yo descansaba hace unos minutos, pero no puedo moverme. El rostro del lago me sonríe y sin mover los labios puedo oír su voz en mi cabeza. 

    «Nela», pronuncia mi nombre... Sí, ese es mi nombre. 

    «Nela», susurro, quiero gritar mas ella lleva un dedo a su boca en señal de silencio. 

    «Mañana volveré, tú tan solo recuérdame y no olvides tu nombre», las ondas revolotean de nuevo en el agua y el reflejo de mi rostro vuelve a mí.

    Cojo el papel, dibujo aquel rostro, escribo mi nombre y lo escondo en el interior de la manga de mi vestido y alzo la vista al mundo que me rodea. Un escalofrío recorre mi piel, pues ya no estoy en una hermosa pradera ni es un plácido lago en el que vi mi reflejo. Estoy encerrada en una minúscula habitación, el suelo, las paredes, la cama, hasta el cubo donde me vi reflejada es blanco. Todo es blanco. Mis pies descalzos caminan temblorosos hasta la cama y allí mi mente repite: «Nela, mi nombre es Nela». Y recuerdo quien fui, quien soy, quien me encerró en esta cárcel de embrujo y mi corazón se desgarra al reconocer el nombre de mi traidor... 



viernes, 8 de enero de 2021

Mi última caza... O tal vez no

No había tenido un buen día. No, no lo había tenido. Llevaba todo el día lloviendo, hacía demasiado frío y en el trabajo había tenido que aguantar a la insoportable de mi compañera lloriqueando por las esquinas. Me dolía la cabeza y no podía permitirme estar nerviosa, no «aquella noche».


Llevaba años preparando «aquella noche» y si no lo hacía «aquella noche» no podría volver a intentarlo hasta pasado un mes, o quizá nunca. Me había costado mucho perfeccionar la técnica, pero al fin había conseguido ser tan buena como mi madre haciendo... no había nombre para lo que ella hacía... No, no lo había.


Nunca tuve amigos ni familia, pasé toda mi infancia y gran parte de mi adolescencia viajando de ciudad en ciudad. Esa forma de vida hizo que me distanciara de mi madre, hasta que ella logró perfeccionar su técnica y así no tener que huir más. Yo le preguntaba el motivo de tanto traslado y mi madre nunca me contaba nada, pero la noche en que cumplí quince años al fin me mostró lo que había sabido, o intuido, o sospechado toda mi vida.


Mi madre me enseñó todo lo que sabía de la técnica, pero una de «aquellas noches» de luna llena algo salió mal y mi madre falleció. Lloré su pérdida y acabé la misión. Enterré a mi madre junto al cadáver de aquel asesino, de aquel despojo, de aquel malnacido. La rabia me cegaba, las lágrimas me quemaban el rostro y el aire me faltaba mientras la tierra caía encima de mi madre y de aquel demonio, pero así me había enseñado mi madre que debía hacerlo. Si una cazadora moría haciendo su trabajo debía ser enterrada junto a su presa.


Yo sabía que debía de buscar una sucesora, una compañera, alguien con quien cazar. Sabía que no debía de cazar sola porque si me sucedía algo, si moría, otras cazadoras deberían hacerse cargo de mi cuerpo. Las cazadoras no se conocen unas a otras, pero cuando una muere las demás pueden sentirlo y si es una de las «solitarias» acuden a terminar la caza. Por eso todas deben tener una compañera.


Las cazadoras no tienen familia, yo fui fruto de una noche de caza de mi madre. El malnacido la violó aquella noche y ella no pudo deshacerse de mí, como dictaban las leyes de nuestro clan. Me ocultó hasta la noche de su muerte en que tuve que dar explicaciones ante el Consejo y desde entonces estoy en su punto de mira. No me permiten ningún fallo y si aún sigo viva es porque soy mejor que todas ellas juntas. 


Esta misión es especial porque cazaré a la cazadora que tendió una trampa a mi madre. Mataré a una Hermana y después deberé desaparecer, seré una sombra el resto de mis días. Una sombra feliz, que irá acabando con todas ellas una por una, limpiaré mi raza y crearé una nueva era de cazadoras. Mis cazadoras... 




lunes, 4 de enero de 2021

Sueños de gotas de lluvia y rayos de sol

Él escribe palabras con tinta de luna, en lo alto de una montaña perdida.
Una montaña sin nombre ni dirección conocida.
Palabras que cuentan historias de decisiones y de amoríos,
de tristezas y de alegrías, de vidas nuevas y paseos por el olvido...

Ella trenza caminos, indicando destinos.
Caminos que cambian con las decisiones del que camina perdido.
Ella deja señales para guiar a los vivos,
mas pocos las siguen pues caminan sin mirar el camino.

Un día una niña se extravía,
camina observando cada detalle del sendero escondido.
La niña llega a la montaña, alcanzó su destino.

La niña saluda feliz pues cree haber alcanzado su destino.
Él y Ella la miran curiosos y entristecidos.

—Niña preciosa, ¿te has perdido? 
—No, este es mi destino.
—¡Oh, mi pequeña niña! Este no es tu destino. 
—¿Estás segura? Yo seguí las señales que me indicaba el camino.

Ella busca el sendero de la niña en sus trenzas de caminos.
La niña no miente, ese es el final de su destino.

Él busca los versos que aclaren aquel desatino,
encuentra la historia y lee:

«Una niña camina por un sencillo sendero,
días y días sin atisbar destino.
La niña mira a lo lejos, no ve el fin de su camino,
mas cercano a sus pies discurre otro distinto.

Es un camino de piedras y de oscuros bosques,
de subidas y bajadas, de tormentas y plácidos lagos.

La niña no lo piensa y cambia su camino,
pues aunque sea duro, ese al menos la llevará a un destino.

Vivirá aventuras, sentirá miedo y frío,
pero así es la vida, luchar le da sentido.

Caminar bajo la tormenta agradece la caricia del sol y
subir una alta montaña enseña acantilados y atardeceres anaranjados.

El sencillo sendero de la niña no la llevaba a ningún lugar,
se atrevió a cambiar de camino y por eso su destino será:
pintar sueños con gotas de lluvia y rayos de sol,
en este maravilloso lugar».

Desde aquel día 
Él escribió historias con versos de luna,
Ella trenzó caminos y
La niña pintó sueños de lluvia y sol.