Sé que estoy perdida en un sueño, una pesadilla recurrente. Lo sé porque la he vivido mil veces, todas diferentes y todas iguales. Camino descalza sobre una superficie fría, mis ojos van acostumbrándose poco a poco a la oscuridad. Una sustancia tibia y pegajosa mancha mis pies y salpica mis tobillos. Estoy aterrada, paralizada por el miedo. Sé que la veré, veré a mi víctima suplicando por su vida. El olor a sangre y a adrenalina me transforma en el monstruo que soy, que escondo bajo la piel y, justo cuando me abalanzo sobre mi presa, despierto ahogando el grito que me quema la garganta.
No puedo articular palabra, mi corazón bombea tan rápido y fuerte que creo que va a salirse del pecho. Esta vez la pesadilla es diferente, la víctima ha cambiado y yo sé porqué. Las lágrimas asoman a mis ojos, pero las reprimo por él. Observo su respiración pausada que poco a poco me va relajando.
—Hola, cariño. No me digas que he estado roncando otra vez y te he despertado —ronronea desperezándose del sueño.
—No, tranquilo. Anoche cené poco y me ha despertado el rugir de mi estómago —contesto sabiendo que en realidad hay un poco de verdad en la mentira.
—No se hable más, bajaré ahora mismo a por esos bollitos que tanto te gustan, tú ve preparando café y zumo de naranja.
Me quedo un rato enredada en las sábanas mientras observo cómo se viste para ir a por mis bollitos y siento pena por él, por mí y por lo que está por suceder. Oigo su respiración al salir de casa, los pasos firmes bajando las escaleras, mis sentidos se agudizan por el recuerdo de la pesadilla que se va convirtiendo en realidad.
El monstruo va ganando terreno, intento mantenerlo a raya, como mi madre y mi abuela me enseñaron. No quiero ser una asesina, no quiero defraudarlas… Otra vez. Procedo de una estirpe de asesinas, fuimos maldecidas hace tanto que las líneas de nuestra historia se han desdibujado en el tiempo. Solo sé que nuestros sueños son debilidades, anhelos de muerte que se presentan con rostros desconocidos, mas cuando el rostro de nuestra víctima cambia a un ser amado no hay nada que podamos hacer para escapar del hechizo. Al final acabaremos matando a nuestro amor, a nuestra amiga… Mi madre mató a mi padre y desde aquel día ha conseguido mantener escondida a la bestia. He aprendido de ella y desde que maté a mi mejor amiga del instituto no he asesinado a nadie más, pero la sed de sangre es muy fuerte esta vez.
—Cariño, ya estoy aquí. ¡Qué bien huele a café!
—Cielo, siéntate, tenemos que hablar —le digo intentando no oler su perfume. Acallando al monstruo.
—¿Estás bien? Conozco esa mirada. ¿Han vuelto las pesadillas?
—¿Qué sabes tú de mis pesadillas? —Mi cabeza está a punto de explotar. Cómo sabe él de mis pesadillas.
—Siempre que tienes una pesadilla olvidas que ya hemos tenido esta conversación —dice mientras me prepara un café—. La pesadilla no es real, no eres un monstruo ni estás maldita.
Bebo un largo trago de café totalmente desconcertada y mi mente comienza a nublarse, miro sus ojos y veo el reflejo del monstruo que soy en ellos. También miedo, y pena, y dolor, antes de sumirme en la negrura de la pesadilla de nuevo. Él me ha drogado y en las sombras de mi letargo recuerdo que no es la primera vez. La pesadilla regresa con más fuerza y sé que no podré escapar de ella. Debo acabar con mi amor.
Abro los ojos despacio, él está a mi lado, él me ama y no cree mi historia, confía en mí. Pobre iluso. Camino despacio silenciando al monstruo, abro la mesilla de noche y vierto todo el contenido del bote de somníferos en mi garganta. Me dejo ir, me voy, ya no sufro, no soy un monstruo, no mataré más. Mi última víctima será acabar con este legado maldito.
No puedo articular palabra, mi corazón bombea tan rápido y fuerte que creo que va a salirse del pecho. Esta vez la pesadilla es diferente, la víctima ha cambiado y yo sé porqué. Las lágrimas asoman a mis ojos, pero las reprimo por él. Observo su respiración pausada que poco a poco me va relajando.
—Hola, cariño. No me digas que he estado roncando otra vez y te he despertado —ronronea desperezándose del sueño.
—No, tranquilo. Anoche cené poco y me ha despertado el rugir de mi estómago —contesto sabiendo que en realidad hay un poco de verdad en la mentira.
—No se hable más, bajaré ahora mismo a por esos bollitos que tanto te gustan, tú ve preparando café y zumo de naranja.
Me quedo un rato enredada en las sábanas mientras observo cómo se viste para ir a por mis bollitos y siento pena por él, por mí y por lo que está por suceder. Oigo su respiración al salir de casa, los pasos firmes bajando las escaleras, mis sentidos se agudizan por el recuerdo de la pesadilla que se va convirtiendo en realidad.
El monstruo va ganando terreno, intento mantenerlo a raya, como mi madre y mi abuela me enseñaron. No quiero ser una asesina, no quiero defraudarlas… Otra vez. Procedo de una estirpe de asesinas, fuimos maldecidas hace tanto que las líneas de nuestra historia se han desdibujado en el tiempo. Solo sé que nuestros sueños son debilidades, anhelos de muerte que se presentan con rostros desconocidos, mas cuando el rostro de nuestra víctima cambia a un ser amado no hay nada que podamos hacer para escapar del hechizo. Al final acabaremos matando a nuestro amor, a nuestra amiga… Mi madre mató a mi padre y desde aquel día ha conseguido mantener escondida a la bestia. He aprendido de ella y desde que maté a mi mejor amiga del instituto no he asesinado a nadie más, pero la sed de sangre es muy fuerte esta vez.
—Cariño, ya estoy aquí. ¡Qué bien huele a café!
—Cielo, siéntate, tenemos que hablar —le digo intentando no oler su perfume. Acallando al monstruo.
—¿Estás bien? Conozco esa mirada. ¿Han vuelto las pesadillas?
—¿Qué sabes tú de mis pesadillas? —Mi cabeza está a punto de explotar. Cómo sabe él de mis pesadillas.
—Siempre que tienes una pesadilla olvidas que ya hemos tenido esta conversación —dice mientras me prepara un café—. La pesadilla no es real, no eres un monstruo ni estás maldita.
Bebo un largo trago de café totalmente desconcertada y mi mente comienza a nublarse, miro sus ojos y veo el reflejo del monstruo que soy en ellos. También miedo, y pena, y dolor, antes de sumirme en la negrura de la pesadilla de nuevo. Él me ha drogado y en las sombras de mi letargo recuerdo que no es la primera vez. La pesadilla regresa con más fuerza y sé que no podré escapar de ella. Debo acabar con mi amor.
Abro los ojos despacio, él está a mi lado, él me ama y no cree mi historia, confía en mí. Pobre iluso. Camino despacio silenciando al monstruo, abro la mesilla de noche y vierto todo el contenido del bote de somníferos en mi garganta. Me dejo ir, me voy, ya no sufro, no soy un monstruo, no mataré más. Mi última víctima será acabar con este legado maldito.