Prisionera de mi mente, así me dicen los hombres de blanco cada vez que aparecen. Supongo que lo hacen por sentirse bien, si creen que soy prisionera de mi mente no sufrirán remordimientos por tenerme aquí encerrada.
No recuerdo mucho de los días en que viví una vida. Pero hay algo que no han conseguido borrar de mi mente, y son los pequeños teatros callejeros en los que unos marionetistas manejan personajes a su antojo. Esos marionetistas eran dioses y decidían sobre la vida de sus marionetas, como los hombres de blanco lo hacen conmigo. Incluso estas cuatro paredes en las que enredo mis días se parecen a aquellos escenarios. Sé que me observan como yo observaba las marionetas.
A veces, despierto de un sueño largo y pesado, tan pesado que los recuerdos se pegan a mi piel y me acompañan durante interminables minutos. Sé que ellos y sus pastillas son los que provocan que olvide o recuerde a su antojo, lo sé porque durante un tiempo me negué a ingerir sus medicinas, incluso intenté engañarles fingiendo tomarlas, pero mi vida aquí sin sus pastillas era aún más insoportable que con ellas.
Hay un hombre que viste de azul, no es uno de los de blanco que me obligan a hacer cosas. El hombre de azul tan solo habla conmigo, en un idioma que no reconozco. Veo que se enfada y gesticula, y cuando los hombres de blanco aparecen se desvanece en volutas de humo azul que por algún motivo los hombres de blanco no pueden ver.
Hoy siento que ellos están mirando, clavando sus ojos en mí; como si fuera una marioneta enredo los hilos que mis titiriteros manejan a su antojo, no soy dueña de mis actos, me agito, pataleo y araño las paredes intentando escapar. Sé que no puedo huir, pero lo intento una y otra vez… Hasta que veo una luz azulada en la esquina de mi cama, camino hacia ella y allí aparece una mano que me tiende unas tijeras. Las puertas de la habitación se abren con estrépito y un clamor de voces grita corriendo hacia mí. Tomo las tijeras y en mi mente una voz me explica: «CORTA LOS HILOS, CÓRTALOS DE UNA VEZ».