domingo, 23 de junio de 2024

Amor de madre

Abrir mucho los ojos no le servía de nada, por más que intentaba distinguir algo en medio de aquella oscuridad más se frustraba. Así que optó por cerrarlos y dejarse guiar por los sonidos que el bosque le enviaba: susurros envueltos en la brisa, movimiento en las ramas de los árboles... Y así, consiguió escucharlos a ellos, a los demonios que varias noches llevaba persiguiendo.

Durante un pequeño lapso de tiempo, los demonios no fueron conscientes de que ella estaba en el interior de sus dominios y tampoco de que los estaba espiando, hasta que algo hizo que uno de ellos dejase de hablar y corriera hacia ella. Nara pudo percibir el aliento furioso de aquel espantoso ser intentando darle alcance, escuchó el sonido de las ramas de los árboles que se rompían al encuentro de la rápida carrera del demonio. 
—¡Corre, Nara, corre como nunca has corrido en tu vida! —se decía la muchacha a sí misma.
Sus pies no tocaban el suelo, por lo que ella era un poco más rápida que su perseguidor, que tenía que luchar con las raíces que, intentando ayudar en la huida de la muchacha, se enredaban en los pies del demonio, haciendo que este se tropezase y maldijese a cada paso que daba.
—Tranquilo, amor mío. Mamá te llevará de vuelta a casa. —Acunaba al pequeño bulto que llevaba en los brazos, sin dejar que el pánico se adueñase de ella. 
—Unos metros más, tan solo unos metros más. Ya está amaneciendo y ellos solo pueden abandonar el bosque en la noche oscura.
Nara posó sus pies en la suave hierba que crecía hermosa en la linde que separaba su aldea de aquel espantoso bosque. 
—¡Lo conseguí!
El sol teñía de naranja el cielo. Se sintió a salvo y abrió los ojos. Con ternura, destapó el pequeño bulto que protestaba entre sus brazos. Lo que vio hizo que un grito de dolor escapase de su cuerpo, haciendo que hasta los animales de la noche guardasen silencio ante su tragedia.
El demonio, que también portaba algo entre sus brazos, la miraba desde la oscuridad del bosque. Estaba furioso, el sudor perlaba su frente debido al esfuerzo, gotas de sangre resbalaban de las numerosas heridas que la carrera le había provocado, y un llanto negro y silencioso ahogaba su pecho.
—No, por favor, no lo hagas —Las palabras salieron roncas y ásperas de la garganta de Nara, apenas audibles debido al miedo y a la desesperación.
El demonio gruño zarandeando al bebé humano que ahora sujetaba por los pies, provocando su llanto desconsolado y haciendo que una grieta de dolor rompiera un pedazo del corazón de Nara, que a su vez, depositaba en la linde de los dos mundos el cuerpo sin vida del pequeño demonio que había tomado de la guarida, pensando que era a su hijo al que estaba rescatando.
El demonio alargó una mano para recoger a su bebé, mientras con la otra agarraba fuertemente al hijo de Nara. Sus dedos estaban a punto de tocar al pequeño demonio, cuando Nara sacó una daga y la hundió en su mano, haciendo que soltase al bebé humano. Una flecha, y otra y otra más se clavaron en el cuerpo del demonio. Nara entró de nuevo en el bosque, tomó a su pequeño en brazos, empujó al ser hacia la fresca hierba y este murió en el mismo momento en que abandonó el bosque, igual que su hijo.
—¡Nara! —gritó una mujer de cabello blanco que acudió al encuentro de la chica, a su lado caminaba un joven portando un arco.
—Mamá, Cariño—dijo besando al hombre en los labios—. Yo... Yo no veía nada y... Y me equivoqué.
Nara temblaba, aferrada al cuerpo de su hijo, que descansaba en sus brazos.
—Volvamos a la aldea, pequeña. El infierno de su venganza no se hará esperar. Es la primera vez que un bebé sale con vida de la guarida de los demonios. Veinte largos años han pasado desde que aparecieron, muchos niños fueron robados, entre ellos tu hermano. Tú eres nuestra esperanza.

La madre de Nara se arrodilló al lado del cuerpo del demonio y con suma ternura acarició la mejilla del ser, algo que sorprendió a la muchacha, que se acercó un poco más, intrigada por la escena. 
En los ojos de aquel deforme ser pudo reconocer el hermoso azul que tantas veces la acompañó de niña. 
Él era su hermano.