martes, 23 de febrero de 2021
Senderos retorcidos
lunes, 15 de febrero de 2021
La ofrenda
Amanece lentamente, después de largos días e infinitas noches, caminando sin saber muy bien hacia dónde me llevan mis pies.
El tono rojizo del cielo dibuja nubes rosas, naranjas y amarillas. Mis pies se arrastran por la gravilla del camino. Cansados. Temerosos. Los árboles del inmenso bosque frente a mí me dicen que he llegado al fin a mi destino. Silencio y más silencio se expande a través de mi cuerpo, invade mi sangre y hasta el corazón parece latir más lento.
Inhalo profundamente y doy el paso que hará que me adentre en el lugar más terrible de la tierra. Nada más entrar noto cómo los árboles cierran sus ramas impidiendo que el sol deje pasar ninguna de sus caricias. La niebla espesa y fría como el hielo recorre mi cuerpo, juraría que noto pequeños dedos rozando mi piel. Inspiro y expiro, lenta y rítmicamente, como ellos me enseñaron. Debo llegar a la cueva y controlar el miedo. Me paro, con los ojos abiertos de par en par, mis pupilas se dilatan y veo aquella abertura en la roca. Negra. Horrible.
Un destello de terror se desliza por mi rostro en forma de sudor y unos ojos rojos parpadean en aquella oscuridad. Un gruñido leve me avisa de que la bestia está sintiendo el ligero temblor de mi pierna. Sé que debo introducir mi mano en mi bolsillo para llevarme a la boca el veneno que me dejará inconsciente en cuanto cruce el umbral de la cueva. Justo antes de que la bestia me despedace. Justo antes de que la ofrenda de mi cuerpo sea consumada.
En lugar de hacer aquello para lo que fui entrenada saco mi daga y, furiosa, irrumpo en la cueva. El terrible olor me atraviesa y una arcada sube hasta mi garganta. Algo me golpea en la espalda y caigo al suelo, magullándome la cara. Sangrando, tiritando... me lanzo hacia algo que se mueve a mi alrededor y el filo de mi arma se hunde en la piel de la bestia, que grita y abre los grandes ojos rojos mirándome y con ello ilumina la estancia. Oigo pasos tras de mí, pero antes de que pueda girarme algo me ataca y quedo tendida en el suelo. Justo antes de perder el conocimiento observo una sonrisa que se curva y oigo el ronroneo de la bestia...
miércoles, 13 de enero de 2021
Nela
Un día tranquilo, no sé lo que es un día tranquilo desde hace mucho tiempo. El camino que me ha llevado hasta este lugar en el que hoy dejo pasar las horas, se desdibuja en mi memoria como la nieve al caer en el suelo mojado. Se evapora. Se aleja de mí.
Retazos de mi anterior vida, vuelven a mis ojos cerrados, a mis sueños en la madrugada y deseo atraparlos tan fuerte que nunca se vayan, pero se van sin yo darme cuenta... Se van. No veo más que caras sin rostro que vienen y van. Hoy he encontrado papel y lápiz en un rincón de este lugar que no consigo recordar y he decidido que cuando mis recuerdos lleguen los escribiré; esa será mi manera de atraparlos al fin.
Pasan los días y yo paseo sin rumbo por jardines que no conozco, como comida que no saboreo y oigo voces que no entiendo. Los recuerdos volverán porque siempre vuelven. Un día en un instante vendrán y después se irán, pero yo estaré preparada y los cautivaré en mi trampa de papel.
Estoy sentada cerca de un lago, en un paisaje hermoso que no provoca nada en mí. De repente un destello de luz se refleja en el agua, apenas dura un instante, pero yo consigo verlo. Me incorporo y, curiosa, acerco mi rostro al lago. El agua, cristalina, me devuelve el reflejo de mi rostro. Recoloco un mechón de cabello detrás de mi oreja y observo mi mirada. Una lágrima se desliza por mi mejilla hasta caer al lago y con sus ondas desdibuja mi imagen. Las ondas cesan y el lago me muestra otro rostro, un rostro tan parecido al anterior, tan familiar que mis recuerdos comienzan a acariciar imágenes en mi memoria.
Intento moverme para recuperar el lápiz y el papel que están en el lugar en el que yo descansaba hace unos minutos, pero no puedo moverme. El rostro del lago me sonríe y sin mover los labios puedo oír su voz en mi cabeza.
«Nela», pronuncia mi nombre... Sí, ese es mi nombre.
«Nela», susurro, quiero gritar mas ella lleva un dedo a su boca en señal de silencio.
«Mañana volveré, tú tan solo recuérdame y no olvides tu nombre», las ondas revolotean de nuevo en el agua y el reflejo de mi rostro vuelve a mí.