martes, 18 de octubre de 2022

Demonios

Me asomo a la pequeña ventana de mi retiro de piedra. La niebla de la mañana apenas deja ver los montes verdes, pero mi vista ya cansada sabe reconocer cada hoja, cada gota de rocío, cada sonido del bosque de mi encierro. Aspiro el aroma de la mañana y camino descalza sobre la piedra fría que, en mi juventud, me desperezaba y ahora lanza agujas de dolor a lo largo de mis cansados huesos. Después de asearme me dirijo a realizar las tareas para las que fui reclutada. El Gran Árbol me espera, majestuoso, imperturbable al tiempo, al clima y a la vida misma. Recuerdo el primer día en que lo vi, sus hojas rojas, su corteza gruesa llena de vetas que formaban caprichosas figuras sin orden ni sentido alguno. Nadie me enseñó, nadie me instruyó, mas yo caminé hacia él y ofrecí mi sangre a sus raíces. La tierra tembló bajo mis pies, el cielo se oscureció y el conjuro de sangre calmó a los demonios. Demonios que nunca he visto; silenciosos y aterradores vigilan mis movimientos aguardando un error, una debilidad, esperando que llegue su momento. Girando la rueda de mi vida.


Así vengo haciendo mi ofrenda de sangre, día tras día…, tras día. El tiempo ha pintado de blanco el color de mis cabellos y ha marcado arrugas de vida y sufrimiento en mi piel. El Gran Árbol palidece sus hojas y su corteza desdibuja sus caprichosas figuras, y yo sé que debo buscar quien continúe mi legado, un alma que se entregue a su destino como yo lo hice. Sangre joven. No recuerdo cómo llegué aquí, ni por qué abandoné ilusiones, amores… No sé siquiera si algún día tuve algo de eso en mi vida. 


El día acaba casi como comenzó, asomándome a la ventana, aspirando el aroma frío de la noche y abandonándome a un sueño sin sueños ni descanso una vez más.


Me asomo a la pequeña ventana de mi retiro de piedra, la niebla de la mañana apenas me deja ver este lugar que desconozco. No sé cómo he llegado aquí, pero me gusta, me gusta sentir el frío suelo cuando camino con mis pies descalzos por la habitación. Intuyo bosques verdes y campos hermosos a través de la niebla. Me aseo en silencio y completa tranquilidad y bajo al jardín trasero. Allí me espera el Gran Árbol, majestuoso, hermoso, con sus hojas rojas y su extraña corteza. Camino hacia él, mis brazos lo abrazan, y sus ramas arañan mi piel, rasgándola; y los demonios que no veo, pero siento como si vivieran bajo mi misma piel, se calman bebiendo mi sangre.


No recuerdo cómo llegué aquí, ni por qué abandoné ilusiones, amores… No sé siquiera si algún día tuve algo de eso en mi vida. El día acaba casi como comenzó, asomándome a la ventana, aspirando el aroma frío de la noche y abandonándome a un sueño sin sueños ni descanso. Los demonios giran la rueda de mi vida, otra vez.


miércoles, 14 de septiembre de 2022

Marioneta

 Prisionera de mi mente, así me dicen los hombres de blanco cada vez que aparecen. Supongo que lo hacen por sentirse bien, si creen que soy prisionera de mi mente no sufrirán remordimientos por tenerme aquí encerrada.

    No recuerdo mucho de los días en que viví una vida. Pero hay algo que no han conseguido borrar de mi mente, y son los pequeños teatros callejeros en los que unos marionetistas manejan personajes a su antojo. Esos marionetistas eran dioses y decidían sobre la vida de sus marionetas, como los hombres de blanco lo hacen conmigo. Incluso estas cuatro paredes en las que enredo mis días se parecen a aquellos escenarios. Sé que me observan como yo observaba las marionetas.

    A veces, despierto de un sueño largo y pesado, tan pesado que los recuerdos se pegan a mi piel y me acompañan durante interminables minutos. Sé que ellos y sus pastillas son los que provocan que olvide o recuerde a su antojo, lo sé porque durante un tiempo me negué a ingerir sus medicinas, incluso intenté engañarles fingiendo tomarlas, pero mi vida aquí sin sus pastillas era aún más insoportable que con ellas.

    Hay un hombre que viste de azul, no es uno de los de blanco que me obligan a hacer cosas. El hombre de azul tan solo habla conmigo, en un idioma que no reconozco. Veo que se enfada y gesticula, y cuando los hombres de blanco aparecen se desvanece en volutas de humo azul que por algún motivo los hombres de blanco no pueden ver.

    Hoy siento que ellos están mirando, clavando sus ojos en mí; como si fuera una marioneta enredo los hilos que mis titiriteros manejan a su antojo, no soy dueña de mis actos, me agito, pataleo y araño las paredes intentando escapar. Sé que no puedo huir, pero lo intento una y otra vez… Hasta que veo una luz azulada en la esquina de mi cama, camino hacia ella y allí aparece una mano que me tiende unas tijeras. Las puertas de la habitación se abren con estrépito y un clamor de voces grita corriendo hacia mí. Tomo las tijeras y en mi mente una voz me explica: «CORTA LOS HILOS, CÓRTALOS DE UNA VEZ»
    
    
    

lunes, 2 de mayo de 2022

No matarás

Sé que estoy perdida en un sueño, una pesadilla recurrente. Lo sé porque la he vivido mil veces, todas diferentes y todas iguales. Camino descalza sobre una superficie fría, mis ojos van acostumbrándose poco a poco a la oscuridad. Una sustancia tibia y pegajosa mancha mis pies y salpica mis tobillos. Estoy aterrada, paralizada por el miedo. Sé que la veré, veré a mi víctima suplicando por su vida. El olor a sangre y a adrenalina me transforma en el monstruo que soy, que escondo bajo la piel y, justo cuando me abalanzo sobre mi presa, despierto ahogando el grito que me quema la garganta.
    No puedo articular palabra, mi corazón bombea tan rápido y fuerte que creo que va a salirse del pecho. Esta vez la pesadilla es diferente, la víctima ha cambiado y yo sé porqué. Las lágrimas asoman a mis ojos, pero las reprimo por él. Observo su respiración pausada que poco a poco me va relajando. 
  —Hola, cariño. No me digas que he estado roncando otra vez y te he despertado —ronronea desperezándose del sueño.
    —No, tranquilo. Anoche cené poco y me ha despertado el rugir de mi estómago —contesto sabiendo que en realidad hay un poco de verdad en la mentira.
    —No se hable más, bajaré ahora mismo a por esos bollitos que tanto te gustan, tú ve preparando café y zumo de naranja.
    Me quedo un rato enredada en las sábanas mientras observo cómo se viste para ir a por mis bollitos y siento pena por él, por mí y por lo que está por suceder. Oigo su respiración al salir de casa, los pasos firmes bajando las escaleras, mis sentidos se agudizan por el recuerdo de la pesadilla que se va convirtiendo en realidad.
  El monstruo va ganando terreno, intento mantenerlo a raya, como mi madre y mi abuela me enseñaron. No quiero ser una asesina, no quiero defraudarlas… Otra vez. Procedo de una estirpe de asesinas, fuimos maldecidas hace tanto que las líneas de nuestra historia se han desdibujado en el tiempo. Solo sé que nuestros sueños son debilidades, anhelos de muerte que se presentan con rostros desconocidos, mas cuando el rostro de nuestra víctima cambia a un ser amado no hay nada que podamos hacer para escapar del hechizo. Al final acabaremos matando a nuestro amor, a nuestra amiga… Mi madre mató a mi padre y desde aquel día ha conseguido mantener escondida a la bestia. He aprendido de ella y desde que maté a mi mejor amiga del instituto no he asesinado a nadie más, pero la sed de sangre es muy fuerte esta vez. 
   —Cariño, ya estoy aquí. ¡Qué bien huele a café!
   —Cielo, siéntate, tenemos que hablar —le digo intentando no oler su perfume. Acallando al monstruo.
   —¿Estás bien? Conozco esa mirada. ¿Han vuelto las pesadillas?
  —¿Qué sabes tú de mis pesadillas? —Mi cabeza está a punto de explotar. Cómo sabe él de mis pesadillas. 
   —Siempre que tienes una pesadilla olvidas que ya hemos tenido esta conversación —dice mientras me prepara un café—. La pesadilla no es real, no eres un monstruo ni estás maldita.
Bebo un largo trago de café totalmente desconcertada y mi mente comienza a nublarse, miro sus ojos y veo el reflejo del monstruo que soy en ellos. También miedo, y pena, y dolor, antes de sumirme en la negrura de la pesadilla de nuevo. Él me ha drogado y en las sombras de mi letargo recuerdo que no es la primera vez. La pesadilla regresa con más fuerza y sé que no podré escapar de ella. Debo acabar con mi amor.
Abro los ojos despacio, él está a mi lado, él me ama y no cree mi historia, confía en mí. Pobre iluso. Camino despacio silenciando al monstruo, abro la mesilla de noche y vierto todo el contenido del bote de somníferos en mi garganta. Me dejo ir, me voy, ya no  sufro, no soy un monstruo, no mataré más. Mi última víctima será acabar con este legado maldito.