jueves, 15 de abril de 2021

Hilanderas de la Brisa

 Estoy sentada en la arena, con los ojos cerrados y la brisa acariciándome el cabello. 

    Con mis dedos enredados en cosquillas de arena y sal, me acuerdo de cuando mi abuela me contaba historias. Sonrío para adentro, sí para adentro, no sé si me explico..., las sonrisas para adentro son las sonrisas que hacen que tuerzas un poquito los labios y te calientan el alma..., seguro que sabéis de qué os hablo.

    Y me viene a la cabeza la historia de los susurros que recorren el mundo escondidos en el aire. Mi abuela decía que la magia ya no estaba presente en el mundo porque no nos paramos a escuchar, porque no miramos dentro de nosotros mismos y siempre tenemos ruidos en la cabeza. Un día caminaba con ella por esta misma playa y saqué mis auriculares para escuchar música, me llamó loca y no sé cuantas cosas más, hasta me arreó un guantazo. 

    —Nunca vuelvas a ponerte esos aparatos del demonio caminando al borde del mar —me dijo muy seria—. Siempre que pasees por esta playa debes escuchar el sonido de las olas, impregnarte del aroma a sal y sentarte a escuchar. 
    »Aunque tú no lo veas, existe un lugar en el que se escriben los susurros del aire, en el que las Hilanderas de la Brisa conectan los hilos que nos unen o nos separan. Ellas esconden historias que deben ser escuchadas, las esconden en las caricias de una brisa suave o en la bofetada de un huracán. 
    »Cuando era joven yo no creía en ese tipo de historias, y miraba a mi abuela de la misma manera en la que tú me estás mirando a mí, pero llegó el día en el que sentada aquí, en esta playa, cerré los ojos y escuché. Una brisa suave al principio, pero luego un viento helador me congeló la espalda. Abrí los ojos y era un precioso día de verano, aunque yo estaba tiritando de frío. Volví a cerrar mis ojos, y entonces escuché. Una hermosa voz me decía que debía ir a casa, que tu madre estaba en peligro.
    »Corrí y corrí como una loca y cuando entraba en la casa vi como los piececitos de mi pequeña caminaban hacía el borde de la piscina. Grité y corrí, pero mi pequeña cayó al agua. Tú no estarías viva si yo no hubiera escuchado el mensaje de las Hilanderas de la Brisa.
    Así que cada vez que paseo por esta playa, me siento y escucho, unos días no dicen nada y otros me cuentan historias. Hoy me han recordado esta, quizá sea porque mi abuela está con ellas, ahora mismo, hilando brisas.




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