Me asomo a la pequeña ventana de mi retiro de piedra. La niebla de la mañana apenas deja ver los montes verdes, pero mi vista ya cansada sabe reconocer cada hoja, cada gota de rocío, cada sonido del bosque de mi encierro. Aspiro el aroma de la mañana y camino descalza sobre la piedra fría que, en mi juventud, me desperezaba y ahora lanza agujas de dolor a lo largo de mis cansados huesos. Después de asearme me dirijo a realizar las tareas para las que fui reclutada. El Gran Árbol me espera, majestuoso, imperturbable al tiempo, al clima y a la vida misma. Recuerdo el primer día en que lo vi, sus hojas rojas, su corteza gruesa llena de vetas que formaban caprichosas figuras sin orden ni sentido alguno. Nadie me enseñó, nadie me instruyó, mas yo caminé hacia él y ofrecí mi sangre a sus raíces. La tierra tembló bajo mis pies, el cielo se oscureció y el conjuro de sangre calmó a los demonios. Demonios que nunca he visto; silenciosos y aterradores vigilan mis movimientos aguardando un error, una debilidad, esperando que llegue su momento. Girando la rueda de mi vida.
Así vengo haciendo mi ofrenda de sangre, día tras día…, tras día. El tiempo ha pintado de blanco el color de mis cabellos y ha marcado arrugas de vida y sufrimiento en mi piel. El Gran Árbol palidece sus hojas y su corteza desdibuja sus caprichosas figuras, y yo sé que debo buscar quien continúe mi legado, un alma que se entregue a su destino como yo lo hice. Sangre joven. No recuerdo cómo llegué aquí, ni por qué abandoné ilusiones, amores… No sé siquiera si algún día tuve algo de eso en mi vida.
El día acaba casi como comenzó, asomándome a la ventana, aspirando el aroma frío de la noche y abandonándome a un sueño sin sueños ni descanso una vez más.
Me asomo a la pequeña ventana de mi retiro de piedra, la niebla de la mañana apenas me deja ver este lugar que desconozco. No sé cómo he llegado aquí, pero me gusta, me gusta sentir el frío suelo cuando camino con mis pies descalzos por la habitación. Intuyo bosques verdes y campos hermosos a través de la niebla. Me aseo en silencio y completa tranquilidad y bajo al jardín trasero. Allí me espera el Gran Árbol, majestuoso, hermoso, con sus hojas rojas y su extraña corteza. Camino hacia él, mis brazos lo abrazan, y sus ramas arañan mi piel, rasgándola; y los demonios que no veo, pero siento como si vivieran bajo mi misma piel, se calman bebiendo mi sangre.
No recuerdo cómo llegué aquí, ni por qué abandoné ilusiones, amores… No sé siquiera si algún día tuve algo de eso en mi vida. El día acaba casi como comenzó, asomándome a la ventana, aspirando el aroma frío de la noche y abandonándome a un sueño sin sueños ni descanso. Los demonios giran la rueda de mi vida, otra vez.