2022 comienza.
He estado muy alejada del papel en blanco, de las palabras que vuelan de mi cabeza al texto y que forman historias. He estado retraída, protestona, gritona y por qué no decirlo un poco insoportable. Y no me gusta nada estar así. No, no me gusta. Soy muy muy positiva y siempre tiro «palante», pero mi cabeza es una auténtica locura, un torbellino..., y, a veces, me gustaría que se callase un poquito. El miedo desde que soy madre es mi compañero, un compañero irracional que intento mantener a raya.
Las navidades, los niños en casa, la adopción de nuestra perrita, los problemas graves de salud de mi suegro, mi madre que tampoco está muy fina, esta maldita pandemia... Todo se me ha hecho bola y no he podido sentarme a escribir y he leído muy muy poco. No ha habido casi Instagram, ni Twitter, ni nada de nada.
Hoy comienzo mi curso de escritura creativa y me propongo retomar mi novela La flor de la dedalera. También salir a caminar todos los días, con mi perrita, paseos largos que nos llenen de energía.
No soy de las personas que se castiga si no escribe, ni de las que se pone metas de las de «tengo que escribir X palabras al día» o «mi novela tiene que tener X palabras». Me niego a ser esclava de algo que me hace tan feliz. Escribir es terapéutico, es sanador, me hace olvidarme de todo y puedo escribir en silencio o con los niños dando guerra a mi alrededor, pero lo que no puedo hacer es forzarlo. Es cierto que si tengo una idea y no la anoto esa idea se esfuma, pero también es cierto que si estoy un tiempo sin escribir las historias no desaparecen sin más. Cuando retomo mi pasión, las historias fluyen como el río tras el deshielo.
Así que hoy comienzo a recomenzar. Comienzo mi año aprendiendo, escribiendo y leyendo, y retomo poco a poco mi normalidad.
Y doy las gracias,
a los que me leéis,
a los que me seguís en RRSS,
a la magia de los silencios,
y a los que llenan mi vida de luz y polvo de estrellas.
Pronto os traeré un nuevo cuento.
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