lunes, 9 de octubre de 2023

Amigas

Hoy, un día cualquiera de otoño, regreso a casa de madrugada tras pasar unas horas tomando unas cervezas con Gloria. Ella es mi mejor amiga desde..., desde siempre. Podría decir sin lugar a dudas que es la persona que mejor me conoce en el mundo o que mejor me conocía, porque hace exactamente dos semanas he cambiado. Bastante. Al principio pensé que estaba sufriendo alucinaciones o algún tipo de enfermedad mental (en algunos momentos aún tengo dudas sobre mi cordura), pues lo que os voy a contar es increíble, terrorífico y lo peor de todo es que «mi problema» ha hecho que regrese a casa con el cadáver de mi amiga en el maletero del coche.

    Lo mejor de mi nueva condición es que tengo mucha fuerza, así que no me ha costado nada cargar con Gloria hasta el sofá, lo que sí que me costará será limpiar la gran mancha de sangre que va a dejar en la tapicería color blanco roto. No puedo evitar sonreír ante ese color, «blanco roto» y tan roto, está destrozado por la sangre. No sé si explicaros primero cómo me convertí en lo que soy (aunque no sé muy bien lo que soy, sinceramente) o por qué el cuerpo ensangrentado de mi amiga está en el salón de mi casa. Creo que lo mejor será que empiece por el principio, cómo me convertí en la mierda de monstruo que soy ahora.

    Hace unas semanas vi el anuncio en redes sociales de un tipo que daba en adopción una adorable camada de cachorros, yo llevaba tiempo queriendo adoptar y no me lo pensé dos veces, le escribí un mensaje privado que contestó enseguida. Solo aceptaba mensajes privados. Quedé con él para poder ver la camada en un lugar de la sierra, un sitio bastante siniestro, la verdad, aunque el tipo era un encanto y por encanto me refiero a que estaba bastante bueno... pero esto no viene al caso. El chico vivía en un chalet de una sola planta en medio de un gran terreno de hierba bien cuidada, cercado por un muro de piedra baja. Los cachorros estaban en la casa, resguardados en una gran cama, dentro de un amplio arcón de madera abierto por arriba. La estancia estaba caldeada y parecía cómoda. Lo poco que vi del interior del chalet no tenía casi muebles, él me explicó que se acababa de mudar hace poco. No había ni rastro de los padres de los perritos, ya que los tenía en otra habitación por precaución, puesto que se podían poner agresivos si veían que una extraña se acercaba a sus cachorros y aunque me resulto extraño, porque no escuche ningún ladrido ni muestras de que hubiera más perros en la casa, no dije nada. Estaba notando algo raro y quería salir de allí cuanto antes. Decidí que vería a la camada, de la que no adoptaría ningún perrito y después me largaría.

    —Son preciosos —dije y acerqué mi mano para acariciar a uno de ellos.

    —No, no los toques —contestó él alzando un «poco demasiado» la voz, pero ya era tarde uno de ellos estaba lamiéndome la mano.

    —Perdón, no sabía que no podía tocarlos. —retiré mi mano y el pequeño con sus dientes afiladísimos me hizo una pequeña herida.

    —Lo siento, no quería asustarte, es que todavía no están vacunados. ¿Te ha hecho sangre? ¿Quieres que te cure? 

    El chico no me miraba a mí, miraba la pequeña gota de sangre de mi dedo con demasiada, no sabría cómo describirlo, ansiedad, sí, ansiedad es la palabra; además los cachorros comenzaron a ponerse muy nerviosos, ladrando, gimoteando y rascando el arcón.

    —No, no es nada.

    Saqué un pañuelo del bolsillo y taponé la pequeñita herida que enseguida dejó de sangrar. Me despedí del chico con la excusa de que tenía mucha prisa y salí de allí como alma que lleva el diablo. Al llegar a casa me encontraba mal y me eché a dormir, desperté con fiebre y pensé que el perrito quizás me había pegado algo. Decidí enviar un mensaje al chico por si acaso él sabía qué podía hacer, pero ¡sorpresa! Había borrado todas sus redes sociales. 

    Los días siguientes todos mis sentidos se intensificaron: mi fuerza, mi oído, deje de usar gafas...  También mis gustos culinarios cambiaron, comencé a desear cazar, era algo superior a mis fuerzas, cuando caía el sol NECESITABA salir a cazar y si no lo hacía el sufrimiento era indescriptible, sobrehumano. La primera noche conduje desesperada hasta el lugar donde se supone que aquel tipo me enseñó la camada y no había nada, ni chalet, ni muro de piedra, ni nada... La desesperación por cazar no me dejó pensar y allí mismo aceché y atrapé a mi primera víctima, un pequeño conejo. Me debatí entre el instinto y la repulsión y gano el instinto. Al día siguiente, más tranquila, subí de nuevo a la sierra por si me hubiera confundido de lugar por los nervios de noche anterior, y no, no me había confundido, aquel era el lugar; pero la casa, el chico y los cachorros se habían esfumado. ¿Cómo puede desaparecer una casa?

    Todo aquello fue lo que nos trajo a esta noche en la que mi amiga yace ensangrentada en mi sofá.

    —¡Ahhhhhhhh! —Gloria ha comenzado a gritar. Mucho.

    Sí, ya sé que os dije que Gloria estaba muerta y ahora está gritando. No está del todo muerta, solo la he convertido «en lo sea que yo soy». Estaba muy aburrida siendo una asesina de conejos y quería pasar a matar como el tipo ese de la serie que mata malos: «Dexter». Sé que podría hacerlo incluso mejor que él, pero no quiero hacerlo y no poder compartirlo con mi mejor amiga. Así que me informé un poco de lo que había que hacer para «contagiar» lo que soy, y lo hice. Sin avisar, porque si no Gloria, aparte de tomarme por loca, se habría negado en redondo. ¡Ah! Y También quiero encontrar al tipo que me hizo esto, recuerdo perfectamente su olor, entre las dos lo cazaremos y tendré una charla con él, porque creo que lo que me hizo fue premeditado, creo que me eligió y necesito saber el porqué.

    Ahora me toca explicárselo todo a Gloria y va a ser un poco complicado porque no para de gritar, quizás sea por la sangre. Sí, hay mucha. Al convertirla, mi intención era darle solo un pequeño mordisquito y parar, pero es que tenía hambre y se me fue un poco la mano (o más bien los dientes), aún soy novata en esto. 

    Sabrá perdonarme, no creo que le quede mucha cicatriz. Además, le he regalado la inmortalidad. Creo.

    

lunes, 2 de octubre de 2023

La niña

La madre dormita en el salón con la televisión sin volumen, la pantalla del intercomunicador, que instaló el padre antes de irse a trabajar, muestra la imagen de la pequeña que descansa en su cuna plácidamente y la lluvia golpea suave en los cristales.

    Un pequeño susurro provoca que la madre se despierte sobresaltada, el instinto hace que el más mínimo ruido la desvele. Observa la cámara para calmarse al instante, la niña no se ha movido. «Me lo habré imaginado», piensa. «La verdad es que la mudanza a la casa nueva ha sido agotadora, es la primera noche y él está fuera por trabajo». Mira el móvil, por si hubiera un mensaje de su pareja, pero no, no hay nada y eso la enfurece. Tira el teléfono en el sofá y decide que es hora de irse a dormir.

    De camino a su dormitorio vuelve a escuchar otra vez aquellos susurros, esta vez no puede intentar engañarse a sí misma. Está en mitad de un pasillo en el que la oscuridad solo se rompe por la luz de noche que sale del cuarto de su hija. El terror en forma de calor abrasador sube por su cuerpo y hace que un sudor frío pegue toda su ropa a su piel. Su respiración se entrecorta y ella intenta descifrar de dónde viene aquel sonido. No escucha nada. Su corazón se esfuerza por calmarse y decide dormir en el sofá cama que hay en el cuarto de su hija. Cuando está a punto de tocar la puerta del dormitorio vuelve el susurro y en esta ocasión su corazón ha dejado de latir por unos segundos, abre la puerta con sumo cuidado intentando observar qué está ocurriendo en el interior, pues está convencida de que el sonido procede del dormitorio de su hija. La niña sigue durmiendo tranquila y en perfecto estado, pero cuando la madre da un paso para acercarse a la cuna, la cámara de videovigilancia se mueve en su dirección enfocándola directamente a ella.

    —¡No la toques! —dice una voz que reconoce como la del susurro, una voz extraña, una voz antigua, oscura y fría.

    La madre no obedece, intenta llegar a su hija, pero la cuna se desplaza alejándose de ella.

    —¡Te he dicho que no la toques! Ahora es solo mía. 

    La voz sigue saliendo de la cámara que enfoca a la madre continuamente. Ella se frota los ojos, intentando despertar de aquella pesadilla. Ojalá estuviera dormida en el salón. 

    —¿Qué quieres de nosotros? ¿Quién eres? Mi marido está a punto de regresar del trabajo —miente y de la cámara resuena una carcajada.

    La ansiedad no la deja pensar con claridad, todos sus sentidos están puestos en el bienestar de su niña. Y encima el cabrón de su padre no está para ayudar.

    —Esfuérzate un poco, seguro que puedes reconocer quién soy. No es tan difícil. Escucha mi voz.

    La madre mira a la cámara, luego a la niña, para después ahogar un grito de espanto.

    —Bien, así me gusta. No quería que te fueras sin saber quién iba a matarte. Adiós, amor. Bebé, despídete de mamá.

    La niña obedece, despierta, gira su pequeña cabecita y con su mano dice adiós a su madre, que yace en el suelo de la habitación, sus ojos muertos miran fijamente hacia una cuna ya vacía.