lunes, 2 de octubre de 2023

La niña

La madre dormita en el salón con la televisión sin volumen, la pantalla del intercomunicador, que instaló el padre antes de irse a trabajar, muestra la imagen de la pequeña que descansa en su cuna plácidamente y la lluvia golpea suave en los cristales.

    Un pequeño susurro provoca que la madre se despierte sobresaltada, el instinto hace que el más mínimo ruido la desvele. Observa la cámara para calmarse al instante, la niña no se ha movido. «Me lo habré imaginado», piensa. «La verdad es que la mudanza a la casa nueva ha sido agotadora, es la primera noche y él está fuera por trabajo». Mira el móvil, por si hubiera un mensaje de su pareja, pero no, no hay nada y eso la enfurece. Tira el teléfono en el sofá y decide que es hora de irse a dormir.

    De camino a su dormitorio vuelve a escuchar otra vez aquellos susurros, esta vez no puede intentar engañarse a sí misma. Está en mitad de un pasillo en el que la oscuridad solo se rompe por la luz de noche que sale del cuarto de su hija. El terror en forma de calor abrasador sube por su cuerpo y hace que un sudor frío pegue toda su ropa a su piel. Su respiración se entrecorta y ella intenta descifrar de dónde viene aquel sonido. No escucha nada. Su corazón se esfuerza por calmarse y decide dormir en el sofá cama que hay en el cuarto de su hija. Cuando está a punto de tocar la puerta del dormitorio vuelve el susurro y en esta ocasión su corazón ha dejado de latir por unos segundos, abre la puerta con sumo cuidado intentando observar qué está ocurriendo en el interior, pues está convencida de que el sonido procede del dormitorio de su hija. La niña sigue durmiendo tranquila y en perfecto estado, pero cuando la madre da un paso para acercarse a la cuna, la cámara de videovigilancia se mueve en su dirección enfocándola directamente a ella.

    —¡No la toques! —dice una voz que reconoce como la del susurro, una voz extraña, una voz antigua, oscura y fría.

    La madre no obedece, intenta llegar a su hija, pero la cuna se desplaza alejándose de ella.

    —¡Te he dicho que no la toques! Ahora es solo mía. 

    La voz sigue saliendo de la cámara que enfoca a la madre continuamente. Ella se frota los ojos, intentando despertar de aquella pesadilla. Ojalá estuviera dormida en el salón. 

    —¿Qué quieres de nosotros? ¿Quién eres? Mi marido está a punto de regresar del trabajo —miente y de la cámara resuena una carcajada.

    La ansiedad no la deja pensar con claridad, todos sus sentidos están puestos en el bienestar de su niña. Y encima el cabrón de su padre no está para ayudar.

    —Esfuérzate un poco, seguro que puedes reconocer quién soy. No es tan difícil. Escucha mi voz.

    La madre mira a la cámara, luego a la niña, para después ahogar un grito de espanto.

    —Bien, así me gusta. No quería que te fueras sin saber quién iba a matarte. Adiós, amor. Bebé, despídete de mamá.

    La niña obedece, despierta, gira su pequeña cabecita y con su mano dice adiós a su madre, que yace en el suelo de la habitación, sus ojos muertos miran fijamente hacia una cuna ya vacía.


    

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