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Los empleados más antiguos contaban historias, decían que los padres de la Señora eran agricultores que con mucho esfuerzo lograron pagar unos estudios a su hija. Solo eran habladurías pues en el tiempo que ella llevaba trabajando, nunca había oido mencionar que tuviera familia. Decían que se avergonzaba de donde procedía.
Su vida era como un castillo brillante y de cristal, parecía que todo en ella era hermoso. Pero ese castillo de cristal estaba plagado, en realidad, de miles de pequeñas fisuras, imperceptibles a simple vista... Pero que en cualquier momento podían hacer que todo estallara en pedazos.
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Era la mañana de Nochebuena y Anna esperaba en el despacho de la Señora. Era la última reunión del año, ya que Anna siempre pasaba las vacaciones de Navidad con su familia. Nada más verla entrar por la puerta del despacho Anna supo que algo estaba sucediendo, la sonrisa de su jefa era como un rayo de sol antes de la tormenta y ella la conocía bien. Tendría que andarse con pies de plomo si no quería contrariarla.
-Anna, antes de irte cancela mi presencia en la cena de esta noche en el Hotel. Sólo acudirán mi marido y los niños.
Anna la miraba de reojo mientras tomaba nota y no sabía si debía preguntar, ni qué decir. El temblor en el labio inferior de la Señora indicaba que estaba conteniendo el llanto.
-¿Señora..?
Anna no llegó a decir nada más ya que el llanto brotó incontrolable. Era un llanto ansioso que había estado reprimido y encerrado demasiado tiempo. Las dos mujeres se miraron a los ojos. Anna asintió con la cabeza y, tomándola de la mano, la guió a un asiento. La Señora no necesitó palabras para entender que podía confiar en ella. Le contó secretos, traiciones, infidelidades de su marido de las que era consentidora, trapicheos en los negocios y un sinfín de historias que la habían estado ahogando durante muchos años. Le contó que sus padres habían fallecido al poco de casarse y no llegaron a ver en lo que se había convertido. Nunca había ido a visitar sus tumbas y estaba segura de que no se alegrarían de la mujer en la que se había convertido, no la habían educado para eso.
-¿Por qué no intenta cambiar su vida si no le gusta? -preguntó Anna.
-Porque si la cambio me quedaré sola. Además, hay algo sobre mi marido que no he contado a nadie.
-¿Pero de qué sirve estar rodeada de gente, si realmente estás sola?
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La expresión de sus ojos cambió. Ya no era tristeza lo que veía en sus ojos, era miedo. Incluso podría decir que terror. Anna estaba segura de que lo que escondía de su marido era algo terrible.
Cuando la Señora estaba a punto de comenzar a hablar su marido entró en el despacho, portaba un graaan ramo de rosas rojas y un estuche de joyería en las manos. La Señora apartó instintivamente a Anna de su lado y tragándose las lágrimas sonrió a su esposo. Él ni se enteró de la complicidad que existía entre las dos mujeres. Anna esperó fuera del despacho mientras el matrimonio conversaba. Salieron los dos felices y sonrientes.
-Anna, olvida todo lo que hemos estado hablando, a la vuelta de tus vacaciones retomaremos la reunión donde la dejamos. Puedes comenzar ya tus vacaciones. ¡Feliz Navidad!