domingo, 4 de octubre de 2020

Cambio de legado

Sé que esta noche no dormiré, llevo esperando que llegue cientos de años. Me llaman la Dama y soy la lideresa de las Damas de la noche, única conocedora de la profecía que cambiará el mundo. He vivido cientos de años más que cualquiera de mis hermanas y deseo descansar.


La profecía me fue revelada el mismo día del nacimiento de mi sucesora. La Elegida nació una noche de brujas, hace ya quince años. Hoy celebrará su sacrificio de ingreso en la orden. Mi reinado de paz acabará y ella ocupará mi lugar. Ha sido un reinado duro, pues he debido reprimir la verdadera naturaleza de mi ser, porque ese era mi destino. Ella tendrá más suerte.


—Mi Señora, llegan noticias de un ataque de las bestias. Al parecer han masacrado la casa de La Elegida.

—Llama a dos hermanas, iremos a la Linde del bosque. Debo verla.


No puedo salir del bosque, son leyes sagradas que debo cumplir. Apoyada en un gran roble siento tanta pena por el macabro espectáculo que contemplo, que no puedo evitar llorar. Reconozco a La Elegida, que llora arrodillada junto a su abuela presa de un ataque de pánico. Su abuela señala en mi dirección; ella me mira y se calma de inmediato.


—¡Traedlas a la cueva sagrada! —ordeno a mis hermanas y parto yo sola, adelantándome para preparar la reunión.


Una vez en mis aposentos, saco una copa del líquido sagrado que yo misma bebí con mi antecesora, hace ya tantos años. También deposito encima de la mesa la daga con la que atravesé su corazón. Hoy será ella la que atraviese el mío. Así está escrito, como lo estaba que su familia debía de morir despedazada. El reinado de paz ha sido demasiado largo y reconozco que en ocasiones me ha costado no arrasar con todo. Al fin y al cabo, las Damas de la noche somos asesinas por naturaleza.


La Elegida llega, es tan vulnerable que me gustaría abrazarla, pero no debo. Le ofrezco una copa del líquido que hará aflorar su verdadera naturaleza. Bebe, me cuenta lo ocurrido y cada vez está más furiosa. Le aconsejo que tome otro trago y le digo que debe dejar pasar lo que le ha ocurrido a su familia, que no merece la pena vengarse (aunque estoy deseando que maten a todos los responsables).


Le ofrezco beber otro sorbo y es entonces cuando lo veo: su mirada ha cambiado, la asesina ha aparecido. Coge la daga de lo alto de la mesa y atraviesa mi corazón y yo sonrío.


Con mi último hilo de vida oigo como se proclama la nueva Dama, los aplausos y vítores con que le responden.


Muero y soy feliz.





domingo, 30 de agosto de 2020

María

Siempre que la recuerdo, la primera imagen que viene a mi mente es la de aquel día. 

Mi padre trabajaba en la estación de tren y yo pasaba los días enredando entre pasajeros, maletas y máquinas de vapor. Correteaba por la estación a mis doce para trece años, cuando vi a aquel ángel caído del cielo. Nunca me había fijado en las chicas, pero es que ella no era una chica normal.

Al verla, una de mis canicas cayó a sus pies, yo corrí a recogerla y sin poder dejar de mirar sus preciosos ojos castaños, tropecé, cayendo de bruces. La mirada de aquel ángel estaba perdida en sus recuerdos, hasta que el topetazo de mi frente en el suelo la devolvió a la realidad. Una sonrisilla asomó a sus labios al verme de aquella guisa, tirado en el suelo. Tomó la canica y me la tendió. La recogí y salí a toda prisa de allí, totalmente avergonzado. Una vez creía que ella ya no podría verme, me dediqué a observarla. Parecía inmensamente triste. Sus cabellos castaños, recogidos en un moño bajo, dejaban escapar unos mechones de pelo que enmarcaban sus ojos. Miraba al frente, pero yo estaba seguro de que su mente no estaba en aquella estación. Su cuerpo estaba allí, pero su alma vagaba en otros recuerdos y lugares.  

Pensaba que ella se iría en el siguiente tren, mas mi sorpresa fue mayúscula cuando vi que estaba esperando a un caballero. Una mezcla de sentimientos se agolparon en mi corazón. Estaba contento de que no se fuera, eso me daba esperanzas de volver a encontrarla, pero odiaba verla marchar agarrada de la mano de aquel hombre.

Al salir de la estación, un coche esperaba al hombre y a la muchacha. Yo conocía aquel coche. El conductor era el tío de uno de mis mejores amigos y trabajaba en casa de los marqueses. Entonces entendí que ella debía de ser la marquesita. Aquel fue el día en que me enamoré de ella y hoy la recuerdo sentado ante su tumba y la de nuestro hijo, que no llegó a nacer por culpa de aquel hombre que la llevaba de la mano.

Escribo esta carta, dirigida a nuestra hija mayor, para que sepa que sus padres lucharon por ella y por su hermano, pero el dinero y el odio pudieron más que el amor. Aquel hombre me arrebató a mi mujer embarazada y se llevó a la niña de mis ojos. Te entregaré esta carta cuando al fin te encuentre, nunca dejaré de buscarte.

Después de aquel día hice todo lo posible por entrar a trabajar en la casa de los marqueses y lo conseguí en las siguientes navidades. Trabajaba en lo que me mandasen, siempre callado, buen chico y ganándome la confianza de todos. Observaba a la niña de mis ojos en la distancia, mientras mi amor por ella se hacía más grande con el paso de los años. Con dieciséis años me convertí en el chófer del señor Marqués. El señor era un hombre despreciable, bebedor y mujeriego. Se decía que maltrataba a la marquesa por los moratones que ella intentaba tapar. Yo creo que le gustaba estar en mi compañía porque nunca le dirigía la palabra y jamás le miraba directamente a los ojos.

Así fue como conseguí hablar por primera vez con María. El Marqués me encargó llevarla a sus clases de piano, en la ciudad. María, su doncella de compañía y yo marchamos a media tarde. María entró con su doncella a las clases y a la salida, mientras la doncella se despedía de la profesora de piano, ella y yo conversamos durante unos minutos. 

Ese fue el día en que ella se enamoró de mí...

¿Queréis que continúe la historia? 



domingo, 28 de junio de 2020

Huellas en la arena

Dejo mis huellas en la arena, 
que viven al antojo de la marea.

Levanto la mano para acariciar el viento.
La brisa trae aromas a mar, y a sal,
y a tierra mojada.
Acaricio ese momento.

¿Quién elige los instantes que permanecen en el alma?
Escondidos en una fragancia  
o en los acordes de una canción.
Que provocan sonrisa suave o lágrima solitaria.

Ni siquiera sabemos que los guardamos,
permanecen agazapados, silenciosos...
Hasta que algo los despierta y
ese instante nos transporta a aquel momento.

Dejo mis huellas en la arena,
que viven al antojo de la marea.

Mis actos se parecen a mis huellas,
desaparecerán una vez realizados.
Mas la marea no siempre podrá borrarlos,
pues algunos permanecerán en mi alma o...
quizá en la tuya.

Para aparecer tras un aroma, 
o en alguna caricia perdida...

Dejo mis huellas en la arena de la vida,
camino al compás de las olas.
A veces esquivando la espuma y otras empapándome de ella.

Viviendo, avanzando, descifrando...