Mi vida no fue una línea recta jamás.
Escribí los párrafos de mi vida inclinados, torcidos, del revés; siempre bordeando el ángulo exacto para no caer por el precipicio. Tropecé con todas y cada una de las piedras del camino por el que mis pies me guiaron y pocas veces caminé por el sendero marcado. Siempre me atrajo más el paseo por lugares escondidos.
Mas sin yo saberlo, mi vida comenzó a ser dirigida por hilos invisibles, tan solo fui una marioneta, nunca decidí ni los más insignificantes detalles de mi vida. Yo que me pavoneaba pensando que era la dueña de mi destino, caí en su trampa final y ahora planeo cómo acabar con mi vida o con la suya.
Un caluroso verano de hace un par de años, o eso creo, porque llevó tanto tiempo sin ver la luz del sol ni sin sentir la brisa en mi rostro que el tiempo se desordena en mi mente, conocí al demonio que manejó mi vida desde el momento en que lo vi, aunque no mostró su verdadero rostro hasta que la tela de araña me tuvo ahogada por completo.
Sentada en una terraza a los pies de la escalinata de la Plaza de España en Roma, degustaba un café mientras observaba a los turistas felices ir y venir. No sé como expresarlo, pero noté cómo un escalofrío recorría mi espalda en aquel sofocante día de verano y al girarme vi aquellos preciosos ojos verdes mirándome, acariciándome el rostro... No puedo precisar cuánto tiempo estuve embelesada mirándole a los ojos, solo sé que cuando él se giró y se perdió de mi vista el café estaba helado.
Pasé los siguientes días nerviosa, buscando aquellos ojos entre todas y cada una de las personas con las que me encontraba y cuantos más días pasaban, más nerviosa me sentía. Decidí volver al cabo de tres días al mismo lugar y a la misma hora, en la misma mesa. Pasaron unos minutos angustiosos hasta que, al fin, volví a encontrarme con aquellos ojos. Pero esta vez él caminó hasta mi mesa y se sentó a mi lado, tomó mi mano y... en aquel momento no lo supe, pero allí perdí mi vida y todo lo que yo creía haber controlado saltó por los aires. Me convertí en su sombra, solo vivía para que sus ojos me mirasen con ternura.
A los tres meses de conocernos nos habíamos casado y nos fuimos a vivir a una gran casa rodeada de bosques. Al principio todo era maravilloso, hasta que él comenzó a mostrar su verdadero rostro, hasta que comenzaron las visitas de grupos de personas, hasta que conseguí reconocer a mi carcelero.
Todas las noches él mantenía reuniones en uno de los salones del ala oeste de la casa, decía que eran reuniones de trabajo y yo no podía bajo ningún concepto salir de nuestro dormitorio a partir de las nueve de la noche. Solía observar desde mi ventana y veía como iban llegando los vehículos a la casa. Siempre cuatro y con los cristales tintados.
Ya os he dicho que nunca me han gustado las líneas rectas, así que no sé por qué, una noche decidí salir de mi dormitorio. Atravesé la casa en silencio y al llegar al gran salón lo que observé me heló la sangre y desde aquel día vivo encerrada en algún lugar de esta mansión.
Él, junto a otro hombre, me visita y hablan como de mí como si yo no estuviera presente. Dicen cosas como que soy especial, como que el sacrificio llegará y yo no entiendo nada, solo sé que ya no me pierdo en su mirada y cada vez que lo miro a los ojos puedo distinguir en ellos un pequeño destello de terror.