miércoles, 24 de noviembre de 2021

Promesas

 —¡No! ¡No! ¡Y no!
—Y tanto que sí, señorita. Usted tiene obligaciones y las cumplirá —respondió Erlina con su tono calmado e inmensa paciencia.
—¡No puedes obligarme! —contestaba la muchacha cada vez más enfadada. Con cada gesto de su mano rayos y centellas rebotaban por toda la habitación.

Erlina giraba su cuerpo esquivando los impactos de una manera elegante y casi sin esfuerzo. Sacó la varita del bolsillo de su capa y con un giro magistral de su muñeca congeló a la insolente muchacha.

—Dirdre, debería dejar de montar estos numeritos todas las mañanas. Ciertamente, estoy empezando a cansarme y debo decirle que mi carácter calmado explota cuando mi paciencia llega a su límite. No creo que fuera de su agrado verme enfadada.

Dirdre miraba a la mujer con los ojos muy abiertos, pues era la única parte de su cuerpo que podía mover. Ya la había congelado en otras ocasiones, pero había algo en el tono de su voz que hizo que la muchacha recapacitara sobre su actitud.

—Así me gusta, señorita —la maga movió su varita y la chica salió de su entumecimiento—. Vístase, su prometido la está esperando para su paseo diario.

—Me vestiré y caminaré como todas las mañanas con ese muermo —contestó poniendo los ojos en blanco—, no obstante, sé que a ti tampoco te gusta y también que no me casaré con él. Y tú también lo sabes.

—Yo no sé nada. Déjese de tonterías, ya lo hemos hablado en otras ocasiones, usted no tiene el don de la videncia y ese chico está protegido por los más altos conjuros de esta tierra. No se va a morir y nadie lo va a matar. Absténgase de pronunciar esas profecías suyas en voz alta o la que acabará muerta será usted.

Erlina cerró la puerta del cuarto de la muchacha de forma apresurada, pero Dirdre pudo observar cómo le temblaban las manos a su sirvienta y las gotas de sudor que perlaban su frente.

—Querido, siento haberme retrasado. Deseaba estar a la altura de tu belleza.

Dirdre sabía que lo que más adoraba su prometido era que lo adularan, para él, ella no era más que un objeto del que presumir.

—Estás espléndida, ese vestido es una verdadera joya. Me costó mucho conseguirlo —dijo tomándola de la mano y mirándola de arriba abajo.

El vestido era de color rojo como los ojos de Dirdre. Se ajustaba a su cuerpo como una segunda piel, dejando el hombro derecho al aire, sobre el que descansaba su preciosa melena azul, recogida en una trenza. La tela era una exquisitez tejida por las ninfas del Bosque del Norte. Seguramente habría tenido que matar a algunas de ellas para conseguir aquel vestido. 

Caminaron en silencio, como siempre. El compromiso de boda estaba escrito en las antiguas profecías, mucho antes de que ellos naciesen y no era algo que se pudiera cambiar. Él era el hijo del mago más poderoso del lugar y ella era una huérfana tocada por destino. La única niña de ojos rojos y cabellos azules del reino. Esa era la seña que la profecía marcaba para la elegida y por eso una plebeya llego a ser la prometida de aquel ser egocéntrico y poderoso.

Él la despreciaba profundamente. Dirdre podía sentirlo en cada poro de su piel. La primera vez que se vieron, sintió cómo la miraba. Sabía que la consideraba bella, podía notar cómo la miraban los hombres y él la miraba con deseo, pero le dejó claro que solo hablaría con ella cuando hubiera gente presente y que la despreciaba, que jamás estaría a su altura. Por eso, ella lo odiaba con todas sus fuerzas y deseaba que, como en sus sueños, él acabase muerto. 

El paseo acabó y Dirdre regresó a sus aposentos, se cambió y se dirigió a los establos. Vivía en uno de los palacios del padre de su prometido, él era quién la había encontrado, hacía dos años en el orfanato en el que creció.

—¿Ya has terminado tu paseo? —preguntó el muchacho de ojos grises que, en aquel momento, cepillaba las crines de una de las yeguas.

—¿Sabes que hubiera querido acabar con él mientras caminábamos? No hubiera sido difícil, podía haber sacado el prendedor de mi cabello y ¡zas! Ahora estaría desangrándose —contestó con lágrimas en aquellos hermosos ojos.

—No quiero que vuelvas a decir eso, ¿me oyes? Es muy peligroso. Hay espías por todas partes. Dirdre, solo por pensarlo podrían matarte y yo no podría vivir sin ti. Ven —dijo dirigiendo a la yegua a las caballerizas y escondidos tras el animal se fundieron en beso apasionado.

—Te quiero, le odio. ¿Cuándo podremos huir? —sus dedos se enredaban en su pelo y él acariciaba las lágrimas que corrían por aquel hermoso rostro.

—Paciencia. Te prometí que no te abandonaría el día que te sacaron del orfanato y aquí estoy, trabajando para ese malnacido. Te prometo que no te casarás con él y te sacaré de aquí. Confía en mí —acurrucó la cabeza de la muchacha en su pecho y un destello rojo cruzó aquellos hermosos ojos grises. 

En una esquina del establo Erlina, contemplaba la escena con tristeza, mientras jugueteaba con un prendedor ensangrentado entre sus manos.




jueves, 11 de noviembre de 2021

Marioneta

 El bosque me acoge en su oscuridad desde hace días, las ramas de los árboles trepan hacia el cielo en un intento desesperado de mantenerme oculta de mis perseguidores. Camino sin descanso, arrastro mis pies y mis manos por las hojas rojas que marcan un sendero que tan solo yo puedo ver. La sangre que emana de mis numerosas heridas es absorbida por la tierra que, agradecida, llama a la lluvia para calmar mi sed.

No puedo. No. Puedo. Más. Mi cuerpo está exhausto. Mi mente enmarañada. Me abandono a la oscuridad, al frío, al terror... Oigo voces, perros, trotar de caballos. Están llegando y me atraparán. Cierro fuerte mis ojos, pronuncio plegarias con mi boca pegada a la tierra de mis ancestros. Huelo a moho, a hierba, a eternidad... Espero una respuesta. 1, 2, 3 segundos... Ahí están los gritos de terror de mis perseguidores, sonido de sangre, batalla y después tan solo silencio.

Mi rostro está pegado al suelo, mi cuerpo se rompe en llanto, alegría y agradecimiento. Las ramas de mis hermanos árboles se abren y la luz del sol me baña. He superado la prueba. Percibo gritos de alegría que se van acercando, pasos apresurados de mi clan y rechinar de dientes de mis enemigos. Mi madre y mi abuela me toman en brazos y juntas caminamos hacia el altar. Soy la nueva hija del bosque, la elegida por los dioses, la que matará al tirano rey Dorhian.

—Ella ha superado la prueba, ha sido tocada por el bosque para acabar con él. Largo tiempo hemos esperado que llegara este día, un día en el que el bosque nos impidiera matar a una de nuestras hijas. Ese día ha llegado y Anur ha sobrevivido —grita mi madre emocionada y el resto de la aldea rompe en aplausos.

—Anur ha sido elegida, sí, pero ahora debe prometerse con Dorhian, debe engendrar un hijo suyo y acabar con su reinado —puntualiza Erian, mirándome con desprecio.

Me pongo en pie, contengo mi rabia y mis dedos caminan hacia el bolsillo que descansa en mi pecho. Saco un anillo, lo introduzco en mi dedo y, mirándola a los ojos comento.

—Soy la prometida del rey. Llevo viéndome con él unos cuantos meses. Te puedo asegurar, Erian, que en nuestros encuentros las palabras brillan por su ausencia, está loco por mí. La boda será en la próxima luna llena y para entonces la semilla del rey crecerá en mi vientre. 

Erian, roja de furia, se aleja hacia su casa y yo sonrío al verla marchar. 

—Vamos a casa, Anur —dice mi madre tomando mi mano y despidiéndose de nuestro clan—. No debes provocar a esa mujer, sabes que es capaz de cualquier cosa con tal de hundirnos. Debemos estar atentas. Muchas de sus hijas, sobrinas y nietas han muerto en La Elección. Intentará matarte, no dejará que te cases con el rey.

—No me matará, si la mato yo antes.

Mi madre me mira con curiosidad, le enseño mi mano cerrada en un puño. Con cara de asombro y terror, se gira buscando a Erian que se retuerce en el suelo mientras su hermana intenta ayudarla desesperadamente.

—Te has vuelto loca —susurra entre dientes, deshaciendo el puño de mi mano—. Si alguien descubriese tus poderes y que los usas contra uno de los nuestros, te matarían. Nos matarían.

—No, mamá. Soy La Elegida, ¿quién intentaría matar a la muerte? —contesto mientras me tumbo agotada en mi cama.

—No digas tonterías, hija. Eres La Elegida, sí. Pero no eres la muerte, ni mucho menos. Eres la marioneta de los dioses. Los dioses son caprichosos e inestables en sus afectos y de la misma manera en que hoy te han elegido, mañana pueden acabar contigo. No te tengas en tan alta estima, mi niña. Mírate, has estado a punto de morir. —Y diciendo esto me deja sola en la oscuridad de mi cabaña, mientras yo muerdo mis labios de rabia. 

—Yo no soy una marioneta —susurro conteniendo el impulso de cerrar mi puño.






lunes, 2 de agosto de 2021

Regreso

 Camino a través de los árboles, las piedras del camino conversan con presencias escondidas en el silencio, con el silbido del viento acariciando las hojas y con el canto de algún ave. Estoy agotada, mis pies apenas se arrastran cuando al fin diviso la hermosa cabaña que me vio nacer. Allí, en la puerta me espera, me mira con sus hermosos ojos grises mientras trenza su cabello que el tiempo pintó de blanco. Llego hasta ella y me derrumbo en un pequeño banco de madera, me escondo en su regazo y lloro, mientras ella acaricia mi piel en silencio.

Abro mis ojos y no sé cómo, pero estoy en mi antigua cama, arropada, caliente y segura. 

—Bebe, cielo, la infusión está en la mesilla. 

Una sensación hermosa recorre mi cuerpo cuando oigo la voz de mi madre. No noto reproche, no noto enfado, aunque sí miedo y un poco de tristeza. Bebo de la taza humeante, el líquido está en su punto justo, mi mente escapa a momentos perdidos de mi infancia, en los que me preguntaba cómo mi madre podía hacer todo lo que hacía. El desayuno siempre me esperaba recién hecho en la mesa; si me dolía algo, ella lo sabía un segundo antes que yo; si la tormenta intentaba asustarnos en un día de verano, ella nos resguardaba en casa y sonreía cuando los rayos furiosos entendían que no podían dañarnos; si los señores oscuros pasaban por el sendero cercano a nuestro hogar, una niebla fina nos ocultaba y los veíamos pasar, pero ellos no podían encontrarnos... No podían encontrarnos, quizá ahora si puedan.

—Siempre has temido demasiado al futuro y has añorado el pasado, mi niña, esa ha sido siempre tu debilidad. Debes vivir el ahora, porque es lo único que tienes. Ahora —dice enfatizando la palabra—, ahora debemos prepararnos para lo que vendrá.
—Lo siento.
—No lo sientas, hace tiempo que te perdoné. Supe de ti y vigilé tus pasos, vi que eras feliz sin mí y con los años entendí que yo fui la causante de tu huida. No me sinceré contigo, te oculté, te protegí..., y terminé siendo tu carcelera. —Se le rompe la voz y ahora soy yo la que consuela su llanto, un llanto que me desgarra el alma y duele como fuego en mis entrañas.
—Mamá, entiendo, ahora entiendo —contesto llevando la mano a mi vientre, el llanto cesa y una sonrisa asustada ilumina nuestros rostros.
—¿Cómo es posible que no lo haya intuido? ¿Por qué?

Voy a contestar, mas el bello rostro de mi madre se crispa en una mueca de terror.

—Él es el padre. Él —se contesta a sí misma en un susurro.

Asiento, avergonzada, asqueada y muerta de miedo, estoy a punto de decir algo cuando un viento helado se cuela por la ventana. Corremos fuera, la niebla protectora ya está haciendo su trabajo y unos jinetes oscuros merodean, vigilando, husmeando como lobos buscando a su presa. Uno de ellos fija su mirada en nosotras, en mis ojos... Él, sus tiernos ojos, su boca, su pelo que tantas veces acaricié, tentada estoy de salir corriendo para perderme en sus brazos, pero mi madre toma mi mano y recuerdo las cadenas, la sangre y el dolor. Sacudo la cabeza confundida y me pregunto si las caricias existieron o si solo fue otro más de sus engaños.

—Ya se han ido, esta vez no nos han encontrado, pero él no se rendirá. ¿Sabe que estás embarazada?
—Sí, no... No lo sé mi mente está confusa, no consigo recordar cómo me llevó a su palacio. En mis recuerdos se mezclan escenas de amor con otras de sangre y dolor. Ni siquiera sé cómo logré llegar al sendero de regreso a casa.
—Debo hacerte recordar, aunque yo sola no puedo enfrentarme a lo que vendrá. Tengo que invocar a nuestras iguales, nuestras compañeras. Te debo una explicación y será larga, prepararé un poco de té.

Mi madre pasó muchas horas contándome lo que somos, lo que soy, lo que Él es... 

Ahora estamos caminando por nuestro bosque, las ramas de los árboles se van abriendo y cerrando a nuestro paso, los animales custodian nuestro camino. Llegamos a la aldea escondida de nuestros antepasados y las mujeres del bosque nos rodean hasta que yo cierro mis ojos, mi madre me acaricia y quedo atrapada en sueño dulce y blanco.