Llevaba tanto tiempo planeando el viaje que cuando llegó el día de preparar las maletas sentía que no podía ser cierto, mañana a esa misma hora estaría paseando por las calles de El Cairo. No había contratado el típico viaje con visita al museo y crucero por el Nilo, había decidido que se hospedaría en un buen hotel, pero las excursiones las haría por su cuenta.
Alex conocía a un chico que trabajaba en temas informáticos en el Museo de El Cairo. Le conoció durante el master que realizaron juntos en Cambridge y aunque hacía tiempo que no se veían mantenían el contacto por Whatsapp. Él sería quien le guiaría por la ciudad.
Al bajar del avión sintió aquella sensación que te invade cuando llegas a un lugar tan diferente en costumbres. La magia y la historia de aquel maravilloso país le calaron nada más poner el pie en tierra... El calor, el idioma y algo que no supo qué era empezó a crecer en su interior. Buscó alrededor y allí estaba Ivan, esperándole en la puerta con su gran sonrisa y aquellos pelos alborotados. Cogieron un taxi al hotel y una vez hubo dejado el equipaje, Ivan le llevó a ver unas ruinas en las afueras, cerca de la ciudad de Luxor.
Era un lugar poco concurrido por turistas, un Templo dedicado a uno de los tantos dioses que adoraban los antiguos egipcios. Ninguno de los dos era un experto en aquellos temas, Ivan sabía algo más por su trabajo en el Museo pero los dos no pasaban de simples aficionados. Alex se sintió maravillado al entrar en el Templo, tanto es así que ni siquiera se dio cuenta de que había perdido de vista a Ivan, caminaba como en una especie de trance mirando aquí y allá. Bajó unas escaleras que aparecieron como de la nada y llegó a una estancia que parecía sacada de una antigua película sobre Cleopatra.
Alex miró a su espalda y vio que las escaleras habían desaparecido, en su lugar se extendía la prolongación de aquel maravilloso y siniestro lugar. Sacó el móvil del bolsillo con las manos sudorosas y temblando de frío y miedo. La temperatura había descendido varios grados y podía ver el humo salir de su boca al respirar. El móvil no respondía y unos pasos avanzando lentamente resonaban en las paredes del Templo...
lunes, 14 de octubre de 2019
martes, 8 de octubre de 2019
La Prisionera
Caminaba descalza, los pies destrozados por la piedras del sendero y los ojos nublados de esperanzas perdidas. No sabía cuánto tiempo llevaba caminando cuando al fin vio las luces de la ciudad a lo lejos. Caminaba entre las sombras para no ser vista, ellos ya la estarían buscando desde hacía unas cuantas horas.
Si lograba llegar a la ciudad antes de que se hiciera de noche otra vez, ellos tendrían que regresar y sería libre... No sería libre para siempre, la libertad se la arrebataron antes incluso de capturarla. Se la arrebataron cuando sus sueños en la noche dejaron de ser suyos para ser de ellos, entonces sus noches pasaron a ser pesadillas o simplemente insomnio.
Más que por ella, deseaba llegar a la ciudad para pedir ayuda y que nadie volviera a caer en sus manos. Ella ya había perdido tanto...
Salió del camino, levantó la mirada al cielo y cerró los ojos, sus labios murmuraban palabras olvidadas y de repente él apareció. Era tal y como ella le recordaba, quizá su cabello se había vuelto blanco en algunas zonas pero el resto parecía igual a cuando ella desapareció. La miró a los ojos y entonces ella comprendió que no era él mismo, sus ojos envueltos en lágrimas eran tristes, ancianos y desesperados.
Se abrazaron llorando, mientras la guardia les rodeaba. Estaba a salvo y se sentía mal, nunca había imaginado que él podría haber sufrido tanto y eso le hacía sentirse también culpable. Se había vuelto una experta en sentirse culpable por absolutamente todo.
Esa noche en casa durmieron abrazados y por primera vez desde hacía mucho tiempo no tuvo sueños, solo una noche tranquila. Al despertar le miró a los ojos y vio que la expresión de dolor que había en ellos la noche anterior se había suavizado y entonces tuvo de nuevo esperanza.
Lucharían juntos, ahora ella sabía mucho sobre sus enemigos. Ellos también sabían mucho sobre ella pero de momento ella había ganado... Ella había escapado.
Si lograba llegar a la ciudad antes de que se hiciera de noche otra vez, ellos tendrían que regresar y sería libre... No sería libre para siempre, la libertad se la arrebataron antes incluso de capturarla. Se la arrebataron cuando sus sueños en la noche dejaron de ser suyos para ser de ellos, entonces sus noches pasaron a ser pesadillas o simplemente insomnio.
Más que por ella, deseaba llegar a la ciudad para pedir ayuda y que nadie volviera a caer en sus manos. Ella ya había perdido tanto...
Salió del camino, levantó la mirada al cielo y cerró los ojos, sus labios murmuraban palabras olvidadas y de repente él apareció. Era tal y como ella le recordaba, quizá su cabello se había vuelto blanco en algunas zonas pero el resto parecía igual a cuando ella desapareció. La miró a los ojos y entonces ella comprendió que no era él mismo, sus ojos envueltos en lágrimas eran tristes, ancianos y desesperados.
Se abrazaron llorando, mientras la guardia les rodeaba. Estaba a salvo y se sentía mal, nunca había imaginado que él podría haber sufrido tanto y eso le hacía sentirse también culpable. Se había vuelto una experta en sentirse culpable por absolutamente todo.
Esa noche en casa durmieron abrazados y por primera vez desde hacía mucho tiempo no tuvo sueños, solo una noche tranquila. Al despertar le miró a los ojos y vio que la expresión de dolor que había en ellos la noche anterior se había suavizado y entonces tuvo de nuevo esperanza.
Lucharían juntos, ahora ella sabía mucho sobre sus enemigos. Ellos también sabían mucho sobre ella pero de momento ella había ganado... Ella había escapado.
jueves, 19 de septiembre de 2019
Miedo
Paseaba por el puerto en una tarde del mes de Septiembre. El cielo empezaba a tornase rojizo en el horizonte y él se sentó a ver cómo la noche tomaba la riendas. El olor a salitre, el rumor de las olas al romper y la brisa de la noche que se va tornando cada vez más fría, calmaban un poco aquel sentimiento de incertidumbre.
Su cabeza decía una cosa, su intuición le gritaba otra muy diferente y pese a la edad y la experiencia no lograba entenderse ni a él mismo muchas veces. "¿Por qué no podía decir lo que sentía a la gente a la que quería?", se preguntaba y él mismo se respondía, probablemente porque no lo sabía.
Algo se rompió en él el día que le dieron la noticia y se culpaba por los besos que no dio, los abrazos que se guardó y las veces que, pese a saberse afortunado, no valoró en conciencia lo que tenía. Sabía que había cometido mil errores y pese a haber aprendido la lección no era capaz de poner en práctica todo lo que sabía que NO debía hacer. La gente a la que amaba se le escapaba de las manos como la arena entre los dedos. Era algo que no tenía remedio, él lo sabía y aunque le dolía no era capaz de ponerle remedio.
Se encontraba tan solo, ya no le quedaba nadie que le preguntase cómo se encontraba y la verdad era que tampoco estaba seguro de querer que nadie lo hiciera. Cerró los ojos y aspiró el frío aroma de la noche. No sabía el tiempo que llevaba allí parado mirando a ningún lugar, pero debía de ser ya muy tarde. Se levantó y al meter las manos en los bolsillos notó algo en uno de ellos: era una vieja foto de una flor. Un nudo en la garganta le ahogó y las lágrimas brotaron con una fuerza desconocida. Era la foto de la flor que ella hizo el día que les dieron la noticia. Entonces corrió a buscarla, a decirle todo lo que llevaba dentro y entendió qué era lo que le pasaba... MIEDO, eso es lo que le ahogaba.
Su cabeza decía una cosa, su intuición le gritaba otra muy diferente y pese a la edad y la experiencia no lograba entenderse ni a él mismo muchas veces. "¿Por qué no podía decir lo que sentía a la gente a la que quería?", se preguntaba y él mismo se respondía, probablemente porque no lo sabía.
Algo se rompió en él el día que le dieron la noticia y se culpaba por los besos que no dio, los abrazos que se guardó y las veces que, pese a saberse afortunado, no valoró en conciencia lo que tenía. Sabía que había cometido mil errores y pese a haber aprendido la lección no era capaz de poner en práctica todo lo que sabía que NO debía hacer. La gente a la que amaba se le escapaba de las manos como la arena entre los dedos. Era algo que no tenía remedio, él lo sabía y aunque le dolía no era capaz de ponerle remedio.
Se encontraba tan solo, ya no le quedaba nadie que le preguntase cómo se encontraba y la verdad era que tampoco estaba seguro de querer que nadie lo hiciera. Cerró los ojos y aspiró el frío aroma de la noche. No sabía el tiempo que llevaba allí parado mirando a ningún lugar, pero debía de ser ya muy tarde. Se levantó y al meter las manos en los bolsillos notó algo en uno de ellos: era una vieja foto de una flor. Un nudo en la garganta le ahogó y las lágrimas brotaron con una fuerza desconocida. Era la foto de la flor que ella hizo el día que les dieron la noticia. Entonces corrió a buscarla, a decirle todo lo que llevaba dentro y entendió qué era lo que le pasaba... MIEDO, eso es lo que le ahogaba.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)