miércoles, 19 de enero de 2022

Sendero Oscuro

 Existe un camino que recorre el valle, un camino escondido y descuidado, por el que la gente no se atreve a transitar. Con zarzas que te arañan la piel si no vas con cuidado, como queriendo avisarte de que ese no es el camino que debes seguir. También se escuchan ruidos de animales y crujir de hojas bajo tus pies. Todos los niños de la aldea le tienen miedo, sus papás se encargan de contar historias de miedo para que ellos no se acerquen al Sendero Oscuro, al terrible Sendero Oscuro.

Pero yo no le tengo miedo a nada..., bueno hubo un tiempo en que sí le tuve miedo a algo, le tuve miedo a él, al señor que caminaba bajo mi ventana por las noches. Miraba y miraba, escondido, pensando que yo no le veía. Acurrucado en mi cama, sintiendo los latidos de mi pequeño corazón, esperaba a que se marchase. Hasta que un día me armé de valor y decidí salir de la cama, avancé descalzo hasta la ventana y allí le vi mejor. El desconocido estaba llorando bajo mi ventana, hablé con él y así fue como conocí a mi abuelo paterno. Nuestra relación es un secreto, pues mi padre y él se enfadaron hace mucho tiempo. He preguntado alguna vez el porqué, pero mi abuelo me dice que aún soy pequeño para saber algunas cosas. Yo creo que no soy pequeño, pero confío en él más que en nadie, así que ya no pregunto.

Creo que me estoy desviando del tema, suelo hacerlo, os pido que no me lo tengáis en cuenta. El caso es que hoy voy a cruzar el Sendero Oscuro, el terrible Sendero Oscuro. Es un secreto entre mi abuelo y yo, hoy cumplo 11 años y su regalo será acompañarme al cruzar el sendero. Mi abuelo dice que él lo cruzó a mi misma edad, que papá también lo hizo y todos los hombres de nuestra familia. Soy muy valiente como ya os he comentado antes, no tengo miedo, bueno..., quizás un poquito sí, pero solo porque debo cruzar el sendero en la medianoche. No porque crea en monstruos ni nada por el estilo, soy mayor, esta noche no hay luna y podría tropezarme en la oscuridad, ese es mi temor.

¡Madre mía, qué vueltas estoy dando! Va a ser verdad que no sé contar historias como dice mi padre. Mi abuelo también lo dice. Se parecen mucho más de lo que ellos quieren reconocer. El caso es que tengo que hacerme el dormido, escaparme por la ventana y reunirme con el abuelo al comienzo del sendero. Ahora mismo estoy llegando, ya veo a mi abuelo esperando, lleva una especie de luz en la mano. No, no es una luz, la llama sale directamente de la palma de su mano. Me quedo paralizado. No puedo mover ni un solo músculo. Él me mira, mueve su mano indicándome que avance y mis pies comienzan a caminar solos, no soy dueño de mi cuerpo. Debo decir que ahora sí que tengo miedo, más que miedo estoy aterrorizado. Oigo un grito y giro mi cabeza. Mi padre avanza veloz hacia mí, intenta cogerme por la cintura, en sus ojos hay pánico. Miro a mi abuelo y él lanza la llama de su mano contra mi padre. Grito, lloro, avanzo hacia el sendero y cuando mi abuelo me toca me desvanezco como polvo, sombra y humo negro. Rescato imágenes de mi infancia, fogonazos de sombras que me revelan quien soy y que me dirijo al lugar del que provengo y del que mi padre me rescato... 




lunes, 17 de enero de 2022

Comenzando a recomenzar

 2022 comienza.

He estado muy alejada del papel en blanco, de las palabras que vuelan de mi cabeza al texto y que forman historias. He estado retraída, protestona, gritona y por qué no decirlo un poco insoportable. Y no me gusta nada estar así. No, no me gusta. Soy muy muy positiva y siempre tiro «palante», pero mi cabeza es una auténtica locura, un torbellino..., y, a veces, me gustaría que se callase un poquito. El miedo desde que soy madre es mi compañero, un compañero irracional que intento mantener a raya. 

Las navidades, los niños en casa, la adopción de nuestra perrita, los problemas graves de salud de mi suegro, mi madre que tampoco está muy fina, esta maldita pandemia... Todo se me ha hecho bola y no he podido sentarme a escribir y he leído muy muy poco. No ha habido casi Instagram, ni Twitter, ni nada de nada.

Hoy comienzo mi curso de escritura creativa y me propongo retomar mi novela La flor de la dedalera. También salir a caminar todos los días, con mi perrita, paseos largos que nos llenen de energía. 

No soy de las personas que se castiga si no escribe, ni de las que se pone metas de las de «tengo que escribir X palabras al día» o «mi novela tiene que tener X palabras». Me niego a ser esclava de algo que me hace tan feliz. Escribir es terapéutico, es sanador, me hace olvidarme de todo y puedo escribir en silencio o con los niños dando guerra a mi alrededor, pero lo que no puedo hacer es forzarlo. Es cierto que si tengo una idea y no la anoto esa idea se esfuma, pero también es cierto que si estoy un tiempo sin escribir las historias no desaparecen sin más. Cuando retomo mi pasión, las historias fluyen como el río tras el deshielo.

Así que hoy comienzo a recomenzar. Comienzo mi año aprendiendo, escribiendo y leyendo, y retomo poco a poco mi normalidad.

Y doy las gracias,
a los que me leéis,
a los que me seguís en RRSS,
a la magia de los silencios,
y a los que llenan mi vida de luz y polvo de estrellas.

Pronto os traeré un nuevo cuento.





miércoles, 24 de noviembre de 2021

Promesas

 —¡No! ¡No! ¡Y no!
—Y tanto que sí, señorita. Usted tiene obligaciones y las cumplirá —respondió Erlina con su tono calmado e inmensa paciencia.
—¡No puedes obligarme! —contestaba la muchacha cada vez más enfadada. Con cada gesto de su mano rayos y centellas rebotaban por toda la habitación.

Erlina giraba su cuerpo esquivando los impactos de una manera elegante y casi sin esfuerzo. Sacó la varita del bolsillo de su capa y con un giro magistral de su muñeca congeló a la insolente muchacha.

—Dirdre, debería dejar de montar estos numeritos todas las mañanas. Ciertamente, estoy empezando a cansarme y debo decirle que mi carácter calmado explota cuando mi paciencia llega a su límite. No creo que fuera de su agrado verme enfadada.

Dirdre miraba a la mujer con los ojos muy abiertos, pues era la única parte de su cuerpo que podía mover. Ya la había congelado en otras ocasiones, pero había algo en el tono de su voz que hizo que la muchacha recapacitara sobre su actitud.

—Así me gusta, señorita —la maga movió su varita y la chica salió de su entumecimiento—. Vístase, su prometido la está esperando para su paseo diario.

—Me vestiré y caminaré como todas las mañanas con ese muermo —contestó poniendo los ojos en blanco—, no obstante, sé que a ti tampoco te gusta y también que no me casaré con él. Y tú también lo sabes.

—Yo no sé nada. Déjese de tonterías, ya lo hemos hablado en otras ocasiones, usted no tiene el don de la videncia y ese chico está protegido por los más altos conjuros de esta tierra. No se va a morir y nadie lo va a matar. Absténgase de pronunciar esas profecías suyas en voz alta o la que acabará muerta será usted.

Erlina cerró la puerta del cuarto de la muchacha de forma apresurada, pero Dirdre pudo observar cómo le temblaban las manos a su sirvienta y las gotas de sudor que perlaban su frente.

—Querido, siento haberme retrasado. Deseaba estar a la altura de tu belleza.

Dirdre sabía que lo que más adoraba su prometido era que lo adularan, para él, ella no era más que un objeto del que presumir.

—Estás espléndida, ese vestido es una verdadera joya. Me costó mucho conseguirlo —dijo tomándola de la mano y mirándola de arriba abajo.

El vestido era de color rojo como los ojos de Dirdre. Se ajustaba a su cuerpo como una segunda piel, dejando el hombro derecho al aire, sobre el que descansaba su preciosa melena azul, recogida en una trenza. La tela era una exquisitez tejida por las ninfas del Bosque del Norte. Seguramente habría tenido que matar a algunas de ellas para conseguir aquel vestido. 

Caminaron en silencio, como siempre. El compromiso de boda estaba escrito en las antiguas profecías, mucho antes de que ellos naciesen y no era algo que se pudiera cambiar. Él era el hijo del mago más poderoso del lugar y ella era una huérfana tocada por destino. La única niña de ojos rojos y cabellos azules del reino. Esa era la seña que la profecía marcaba para la elegida y por eso una plebeya llego a ser la prometida de aquel ser egocéntrico y poderoso.

Él la despreciaba profundamente. Dirdre podía sentirlo en cada poro de su piel. La primera vez que se vieron, sintió cómo la miraba. Sabía que la consideraba bella, podía notar cómo la miraban los hombres y él la miraba con deseo, pero le dejó claro que solo hablaría con ella cuando hubiera gente presente y que la despreciaba, que jamás estaría a su altura. Por eso, ella lo odiaba con todas sus fuerzas y deseaba que, como en sus sueños, él acabase muerto. 

El paseo acabó y Dirdre regresó a sus aposentos, se cambió y se dirigió a los establos. Vivía en uno de los palacios del padre de su prometido, él era quién la había encontrado, hacía dos años en el orfanato en el que creció.

—¿Ya has terminado tu paseo? —preguntó el muchacho de ojos grises que, en aquel momento, cepillaba las crines de una de las yeguas.

—¿Sabes que hubiera querido acabar con él mientras caminábamos? No hubiera sido difícil, podía haber sacado el prendedor de mi cabello y ¡zas! Ahora estaría desangrándose —contestó con lágrimas en aquellos hermosos ojos.

—No quiero que vuelvas a decir eso, ¿me oyes? Es muy peligroso. Hay espías por todas partes. Dirdre, solo por pensarlo podrían matarte y yo no podría vivir sin ti. Ven —dijo dirigiendo a la yegua a las caballerizas y escondidos tras el animal se fundieron en beso apasionado.

—Te quiero, le odio. ¿Cuándo podremos huir? —sus dedos se enredaban en su pelo y él acariciaba las lágrimas que corrían por aquel hermoso rostro.

—Paciencia. Te prometí que no te abandonaría el día que te sacaron del orfanato y aquí estoy, trabajando para ese malnacido. Te prometo que no te casarás con él y te sacaré de aquí. Confía en mí —acurrucó la cabeza de la muchacha en su pecho y un destello rojo cruzó aquellos hermosos ojos grises. 

En una esquina del establo Erlina, contemplaba la escena con tristeza, mientras jugueteaba con un prendedor ensangrentado entre sus manos.