martes, 15 de octubre de 2019

Un cuento para Naira...

Era la madrugada del primer día de Marzo de hace ya unos cuantos años, nos acostamos con una buena nevada. Algo me despertó en mitad de la noche y bajé a beber un vaso de agua. Al asomarme a la ventana vi las calles cubiertas de un manto blanco y al fijarme en el alféizar lo vi allí plantado observándome con aquella mirada que nunca olvidaré.

Un ser diminuto, vestido con ropas muy abrigadas, me hacía señas para que le abriese la ventana. Yo no sabía si estaba soñando pero el caso es que abrí la ventana y le tendí la mano para ayudarle a entrar. Una vez dentro agradeció el calor del hogar y sentado en la palma de mi mano comenzó a hablarme de ella.

Ese día había nacido Naira. Me dijo que era un bebé precioso, que tendría una infancia feliz y se convertiría en una gran mujer. Tendría momentos de altos y bajos en la vida pero su carácter fuerte y su precioso interior la llevarían a conseguir todo lo que ella se propusiese. Llegaría a comprender que todo lo que ella podría llegar a sentir en su vida ya lo había sentido alguien antes que ella, pero que todos somos especiales en nuestro interior. Solo nos hace falta querernos y creer en nosotros mismos.

A la mañana siguiente el sonido del teléfono me despertó, nuestra pequeña había nacido. Yo ya lo sabía porque él me lo había dicho... ¿O había sido un sueño? La verdad es que no recordaba cómo había llegado a la cama, pero el caso es que al bajar a desayunar había un vaso de agua al lado de la ventana y en la nieve acumulada en el alféizar se podían distinguir pequeñas pisadas.

El esfuerzo es la clave para conseguir todo en la vida y las recompensas llegan... Siempre llegan.
Sé feliz en todo lo que te propongas, déjate guiar por el corazón pero siempre escuchando a tu cabeza y no olvides que solo tú puedes escribir lo que desees llegar a ser.


lunes, 14 de octubre de 2019

El Templo de la profecía...

Llevaba tanto tiempo planeando el viaje que cuando llegó el día de preparar las maletas sentía que no podía ser cierto, mañana a esa misma hora estaría paseando por las calles de El Cairo. No había contratado el típico viaje con visita al museo y crucero por el Nilo, había decidido que se hospedaría en un buen hotel, pero las excursiones las haría por su cuenta.

Alex conocía a un chico que trabajaba en temas informáticos en el Museo de El Cairo. Le conoció durante el master que realizaron juntos en Cambridge y aunque hacía tiempo que no se veían mantenían el contacto por Whatsapp. Él sería quien le guiaría por la ciudad.

Al bajar del avión sintió aquella sensación que te invade cuando llegas a un lugar tan diferente en costumbres. La magia y la historia de aquel maravilloso país le calaron nada más poner el pie en tierra... El calor, el idioma y algo que no supo qué era empezó a crecer en su interior. Buscó alrededor y allí estaba Ivan, esperándole en la puerta con su gran sonrisa y aquellos pelos alborotados. Cogieron un taxi al hotel y una vez hubo dejado el equipaje, Ivan le llevó a ver unas ruinas en las afueras, cerca de la ciudad de Luxor.

Era un lugar poco concurrido por turistas, un Templo dedicado a uno de los tantos dioses que adoraban los antiguos egipcios. Ninguno de los dos era un experto en aquellos temas, Ivan sabía algo más por su trabajo en el Museo pero los dos no pasaban de simples aficionados. Alex se sintió maravillado al entrar en el Templo, tanto es así que ni siquiera se dio cuenta de que había perdido de vista a Ivan, caminaba como en una especie de trance mirando aquí y allá. Bajó unas escaleras que aparecieron como de la nada y llegó a una estancia que parecía sacada de una antigua película sobre Cleopatra.

Alex miró a su espalda y vio que las escaleras habían desaparecido, en su lugar se extendía la prolongación de aquel maravilloso y siniestro lugar. Sacó el móvil del bolsillo con las manos sudorosas y temblando de frío y miedo. La temperatura había descendido varios grados y podía ver el humo salir de su boca al respirar. El móvil no respondía y unos pasos avanzando lentamente resonaban en las paredes del Templo...





martes, 8 de octubre de 2019

La Prisionera

Caminaba descalza, los pies destrozados por la piedras del sendero y los ojos nublados de esperanzas perdidas. No sabía cuánto tiempo llevaba caminando cuando al fin vio las luces de la ciudad a lo lejos. Caminaba entre las sombras para no ser vista, ellos ya la estarían buscando desde hacía unas cuantas horas.

Si lograba llegar a la ciudad antes de que se hiciera de noche otra vez, ellos tendrían que regresar y sería libre... No sería libre para siempre, la libertad se la arrebataron antes incluso de capturarla. Se la arrebataron cuando sus sueños en la noche dejaron de ser suyos para ser de ellos, entonces sus noches pasaron a ser pesadillas o simplemente insomnio.

Más que por ella, deseaba llegar a la ciudad para pedir ayuda y que nadie volviera a caer en sus manos. Ella ya había perdido tanto...

Salió del camino, levantó la mirada al cielo y cerró los ojos, sus labios murmuraban palabras olvidadas y de repente él apareció. Era tal y como ella le recordaba, quizá su cabello se había vuelto blanco en algunas zonas pero el resto parecía igual a cuando ella desapareció. La miró a los ojos y entonces ella comprendió que no era él mismo, sus ojos envueltos en lágrimas eran tristes, ancianos y desesperados.

Se abrazaron llorando, mientras la guardia les rodeaba. Estaba a salvo y se sentía mal, nunca había imaginado que él podría haber sufrido tanto y eso le hacía sentirse también culpable. Se había vuelto una experta en sentirse culpable por absolutamente todo.

Esa noche en casa durmieron abrazados y por primera vez desde hacía mucho tiempo no tuvo sueños, solo una noche tranquila. Al despertar le miró a los ojos y vio que la expresión de dolor que había en ellos la noche anterior se había suavizado y entonces tuvo de nuevo esperanza.

Lucharían juntos, ahora ella sabía mucho sobre sus enemigos. Ellos también sabían mucho sobre ella pero de momento ella había ganado... Ella había escapado.