Llegaron al atardecer a la entrada de la vieja casa. No le costó nada reconocerla, había visto muchas fotos antiguas en los álbumes familiares. Sus tíos siempre le decían que algún día volverían a vivir allí, en la colina de las Viejas, pero él nunca se lo creyó del todo.
Subió a su habitación en silencio y deshizo el equipaje antes de bajar a cenar. Los criados llevaban varios días en la casa para que estuviera todo perfecto a su llegada. En el gran comedor olía a comida, pintura y muebles nuevos, pero no era el olor de comienzo e ilusión que hay en la casa en que una familia decide iniciar una nueva vida... No, no era ese olor... Era el olor de la rancia venganza, de los sucios linajes de sangre y limpieza de raza, de oscuros secretos y crueldades escondidas por odio.
Saludó a sus tíos que le esperaban sentados a la mesa y empezaron a cenar. Hablaban entre ellos en muy contadas ocasiones y no, no se querían, en aquella familia solo existían sentimientos oscuros.
Los criados eran figuras sin vida, grises y de mirada perdida. Cuando bajaban al pueblo a comprar provisiones la gente del pueblo les evitaba y más de uno pensaba que no tenían alma, que eran muertos en vida y algo de razón tenían.
Amanecía en la Casona y él debía empezar a hacer efectiva su venganza. Lo primero que haría en aquella mañana sería buscar a aquella asquerosa familia que le había arrebatado su poder y su sangre. Miró por el amplio ventanal de su habitación y desde allí contempló el pueblo sumido en la espesa niebla del odio. Una amplia sonrisa dibujó su deformado rostro reflejado en la ventana...
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