Era noche de luna llena y la leyenda transmitida de generación en generación decía que esa era la noche en que La Dama regresaría. Nadie sabía exactamente cómo se produciría la llegada ni cómo era ella en realidad. Durante muchas lunas, quizás demasiadas, habían tenido que vivir escondidos, pero eso cambiaría cuando ella regresase. Ella les llevaría de nuevo a lo más alto.
Algunos de los escritos la describían como una mujer cruel a la que no le importaba nada más que el poder. Algunos de los habitantes del pueblo veían con miedo el que ella regresara; otros querían que volviera cuanto antes. Todos los Guardianes de los escritos estaban en el Lago Sagrado que venera la imagen de la Diosa. Solo ellos podían recibirla como se merecía.
En cuanto la luz de la Luna tocó el Lago, un resplandor inmenso cegó a los allí presentes y del agua emergió un Dragón. En esa reencarnación había elegido la forma de un Dragón. Era impresionante cómo las escamas rojas de su cuerpo se reflejaban a la luz de la Luna y el agua del Lago repartía sus destellos por todo el Templo. Ella abrió los ojos, de un amarillo cegador, y emitió un largo rugido que heló la sangre de todos los allí presentes y, seguramente, de todo el que lo hubiera oído en kilómetros a la redonda. Entonces habló:
-He vuelto después de milenios esperando el momento adecuado. A mi lado volveréis a ser una gran civilización. Es mi momento de empezar a gobernar.
Entonces alzó el vuelo, recorriendo todo el pueblo, y las gentes de la aldea salían a verla, entre asustadas y maravilladas a la vez.
En un castillo lejano, un Gran Mago miraba el horizonte que se tornaba rojo. La Luna había desaparecido y al ver volar la silueta de la Dama, no podía evitar que un escalofrío recorriese todo su cuerpo, a la vez que una lágrima rodaba por su mejilla...
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